La oposición entre las causas y sus efectos
Como expuse en un artículo anterior titulado La generación de las causas y la producción de sus efectos, las causas se van generando acumulativamente, en base a acumular condiciones necesarias para que se produzca algún efecto, hasta que se suma la última de ellas, a la que se denomina condición suficiente.
Lo cierto es que, todas las condiciones, incluyendo la última, son igual de necesarias, y contribuyen de forma similar a la generación de la causa íntegra que produce el efecto.
El hecho de que se vayan generando campos de condiciones necesarias, es decir de posibilidades de producción de un cierto ámbito de efectos, va reduciendo progresivamente los casos posibles, lo cual conlleva cambios en la probabilidad de su ocurrencia.
Ahora bien, cuando observamos que se acumulan condiciones necesarias en una misma dirección, generando una historia causal susceptible de llegar al término de la elaboración de la causa, podemos decir que aquel efecto se ve venir.
Si tal efecto es malo, o indeseable, no se debe estrechar el campo de visión de la causa completa, a la mera atribución del efecto a la última de las condiciones, que hace el papel de ser necesaria y suficiente.
Si se deja una botella de vidrio en un bosque, en un día seco y soleado, no podemos decir que la causa del incendio haya sido la concentración de los rayos solares al atravesar el vidrio, y su incidencia en la vegetación, sino que hay que hacer memoria de todas las condiciones que, contribuyendo a la historia causal hasta su completamiento, han producido el incendio.
A menudo, hay una ceguera al respecto de la dirección que va cobrando una determinada historia causal de la producción de algún mal, que, sumada a una ignorancia acerca de éste, puede resultar sorprendente. O tal vez, dicha ceguera es producto de una actitud evasiva que implique cierta irresponsabilidad.
En otras ocasiones, se elaboran las causas de efectos indeseables, con plena conciencia de los mismos, pero se alega que la historia previa a la suficiencia causal, no produjo nada malo. Es decir, intencionalmente no se evitó, y se alega que aquella acumulación de condiciones, era neutra pues no producía mal alguno.
En otras ocasiones, se va produciendo una sucesión de hechos violentos de baja intensidad que, se supone, no conllevarán una tragedia peor a medida que vayan sumándose, pero que, cuando se acumulan las condiciones necesarias, dan lugar a una auténtica catástrofe. La sorpresa de los participantes, a la vista del efecto, suele asociarse a que la causa de aquello que ha ocurrido, no tenía nada que ver con la acumulación de las condiciones producto de la violencia ejercida.
Otra vertiente distinta es la de quien, teniendo la intención de hacer daño a alguien, va produciendo las condiciones necesarias para que dicha persona caiga en alguna alteración psicológica o física. En tales casos, lo más frecuente es que el agresor trate de borrar las huellas de sus intervenciones en la producción de la causa, o incluso pre-constituya pruebas falsas de una falsa inocencia.
No obstante, la persona que es objeto de tales formas de agresión no suele ser consciente del proceso de formación de la causa del daño recibido. Un ejemplo de esto, en el orden físico, puede ser el envenenamiento progresivo, o, en el orden psicológico, las mermas de la sustantividad, mediante formas de trato diseñadas para simular otras finalidades aparentemente benignas.
En otras ocasiones hay personas que pueden estar siendo utilizadas para causar daño a un objetivo diferente, que llegan a formar parte de la causa que lo ocasiona, sin saber que han participado en el proceso. Tal puede ser el caso, por ejemplo, de individuos que participan en la transmisión y divulgación de rumores falsos, sin percatarse de su papel en la causa de una difamación.
Por otro lado, no todos los efectos malos, son juzgados igual de malos, por todos los implicados en un determinado contexto. A menudo, la hipocresía esconde determinados juicios de valor y sus correspondientes actitudes, que resultarían sorprendentes y condenables si se hicieran manifiestos.
Ahora bien, en este orden de cosas, se puede llegar a percibir la generación social de auténticos conflictos que atañen a distintas valoraciones de las causas y a sus efectos. Es decir, vemos como, socialmente, se generan causas con plena conciencia de hacerlo, y, se supone, que bajo juicios favorables, mientras, los efectos producidos por las mismas, se juzgan de forma negativa.
Por ejemplo, el poder de la publicidad televisiva está plenamente demostrado. Incrementa el consumo de lo publicitado y, generalmente, por la vía de la imitación de los modelos, que se muestran haciendo aquello que haya que hacer con lo que se quiera vender al público.
¿Qué se pretende cuando se emiten por las televisiones con regular y muy alta frecuencia carreras de coches y de motos?, ¿qué se contribuye a causar haciendo eso?, ¿qué se hace luego con respecto a eso que se ha causado?
¿Qué se pretende cuando se emiten por las televisiones con regular y muy alta frecuencia escenas de las más variadas formas de hostilidad y violencia entre individuos de nuestra especie?
¿Qué se pretende cuando se emiten por las televisiones con regular y muy alta frecuencia escenas, publicidad o reportajes en los que se hace apología de la disposición de riqueza económica con independencia del modo de su consecución?…
Si se emite velocidad y riesgo, la población general tenderá a incrementar o adquirir propensiones a la velocidad o al riesgo. Unas gentes sí y otras, no, pero la media poblacional subirá en el sentido de ir más rápido en sus máquinas y de arriesgarse más con ellas. Igual ocurrirá con la violencia, con el dinero, el consumo de hamburguesas, la delgadez, la ingeniería estética, los fármacos… y con todo aquello que se publicite por las televisiones. Es decir, tales emisiones, contribuyen a causar un incremento de acciones y de usos de todo lo que comuniquen, en la población general.
Se diría que lo que se pretende es fomentar el ejercicio efectivo de todo aquello a lo que se dé publicidad. Parece que una sociedad así quiere gente que haga eso, que lo haga mucho, que vea muy atractivo hacer aquello y que crea firmemente que no comete falta alguna por hacerlo, se trate de lo que se trate.
Además, el sistema proporciona, siempre o casi siempre, los recursos materiales para que todas esas cosas se puedan hacer, hasta el punto de que lo que se vea en la televisión sea posible emularlo, hacerlo y no simplemente fantasearlo.
En este punto es donde llega la sorpresa. Causada la voluntad, la posibilidad de llevarla a cabo y las subsiguientes acciones, otras instancias del propio sistema, empiezan a emitir juicios negativos sobre aquello que se hace, y otras más, empiezan a prohibir, a sancionar, a juzgar y a castigarlo.
Parece que el sistema acelera y frena al mismo tiempo. Parece que quiere causar una cosa y que no quiere el efecto que causa, parece querer una cosa y la contraria, pero no a la vez, sino que primero la quiere causar y después quiere eliminar lo causado.
Si se causa, o se contribuye a causar, intencionalmente, algo malo, ya se sabe lo que se está haciendo al construir la causa, precisamente porque ésta se elabora en función del efecto pretendido.
Por otro lado, si se promociona la libertad en la producción causal, ¿a qué viene luego prohibir los efectos de esas mismas causas?
La primera respuesta remite a que es un método de tortura para la voluntad de la población, debido a las fuerzas conflictivas que se ponen a operar sobre ella. Es tortura porque el método remite a una producción intencional de frustración de diversas partes de la población.
Los deseos gestados mediante la ingeniería sobre la voluntad, luego son frustrados mediante la coerción del ejercicio de las acciones que les darían satisfacción, y, esto, aparte de diversas formas de malestar, lo que inequívocamente genera es irritabilidad, e, incluso, agresividad.
Además, aquellos que efectúen las acciones suscitadas, se convertirán en responsables de las mismas, por mucho que las justifiquen achacándolas a su promoción social.
Otra posible explicación consiste en la promoción de la mansedumbre. El ejercicio sistemático de la manipulación de las voluntades y de las acciones de los individuos, con su pleno consentimiento, directamente los convierte en súbditos.
Si uno quiere lo que le dicen que quiera, hace lo que le dicen que haga y deja de hacer lo que le dicen que debe dejar de hacer, acostumbrado a tales niveles de vulnerabilidad de su «yo», dejando sus funciones en manos de sus dueños y señores, la resistencia que podrá oponer a cualquier cosa que no le guste a lo largo de su vida será tan pequeña que resultará despreciable.