El chantaje moral y el «yo»
La segunda acepción que ofrece el DRAEL del término chantaje[i] es: «Presión que, mediante amenazas, se ejerce sobre alguien para obligarle a obrar en determinado sentido».
Se trata de una definición tan amplia que, en ese formato, caben muchos modos relacionales en ella, sin necesidad de forzar sus límites.
En términos generales, el planteamiento general del que parte el chantajista es: [“Si la persona a la que chantajeo hace X, yo haré A”, (donde A es “no dañarla”), y si no lo hace, o hace otra cosa diferente, yo haré B (donde B es causar algún daño a la persona)]
Es obvio que, en tal planteamiento, se da a elegir entre dos males, ya que, la primera opción, que consiste en someter la propia acción a la voluntad del chantajista, implica forzar la propia esencia sustantiva y poner la acción bajo su determinación. Además, en la segunda, si se opta por la conservación de la propia sustantividad, la persona, algo o alguien, vinculado a ella, será objeto de algún tipo de agresión.
En general, el chantaje, comparte con el acoso psicológico el hecho de que, el chantajista, vincula voluntariamente su propia actividad a la acción que haga la persona objeto del mismo, sin su acuerdo o consentimiento. Además, atribuye en falso a dicha persona la actividad qué él, de suyo, haga.
Ahora bien, en este caso, el chantajista genera un escenario artificial, una vez que inventa un modelo «conducta → consecuencias», condicionado a las dos posibilidades de respuesta de la persona chantajeada: «conducta 1 → administración de consecuencias 1», y « conducta 2 → administración de consecuencias 2».
En cuanto al objeto elegido por el chantajista para ejercer la presión, a veces se considera como un punto débil de la persona chantajeada.
Por ejemplo, en el libro de Robert Greene, Las 48 Leyes del Poder[ii], ―un manual para incrementar el poder sobre los demás― su autor sugiere la búsqueda de los puntos débiles de las personas para poder explotarlas:
«DESCUBRIR EL TALÓN DE AQUILES DE CADA PERSONA Todos tenemos una debilidad, un punto débil en el muro del castillo. Esa debilidad suele ser una inseguridad, una emoción o una necesidad incontrolable; o puede ser también un pequeño placer secreto. De cualquier forma, una vez que se encuentra, es un punto débil que se puede explotar en beneficio propio.» (p. 16)
Por su parte, la psiquiatra Marie-France Hirigoyen concluye su magnífico libro[iii] sobre el acoso moral afirmando, entre otras cosas, lo siguiente:
«La cuestión del poder atañe a toda la sociedad. En todas las épocas ha habido seres carentes de escrúpulos, calculadores y manipuladores, y para los que el fin justifica los medios. Sin embargo, la multiplicación actual de los actos de perversidad en las familias y en las empresas es un indicador del individualismo que domina en nuestra sociedad. En un sistema que funciona según la ley del más fuerte, o del más malicioso, los perversos son los amos. Cuando el éxito es el valor principal, la honradez parece una debilidad y la perversidad adopta un aire de picardía. […] Efectivamente, para atar psicológicamente a un individuo, basta con inducirlo a la mentira o a ciertos compromisos para convertirlo en cómplice del proceso perverso…» (pp. 175-176)
Ahora bien, el chantaje no se circunscribe exclusivamente a imposiciones del tipo «debes hacer X» o «no debes hacer X». Es decir, su finalidad no se reduce a imponer determinadas acciones a la persona que es objeto del mismo. Sus pretensiones pueden ir bastante más lejos.
En las formas de chantaje especializadas en forzar la psicología de la víctima, las dos facetas del «yo» ―la sustantividad y la identidad personal― pueden estar implicadas en fórmulas de chantaje, con papeles diferentes:
En el primer caso, se ejerce presión sobre la sustantividad, para dañar la identidad personal.
En este caso se encuentra el esquema, tan extendido, del denominado chantaje moral. «Si haces (o no haces) X»… «Eres malo, inútil, no mereces nada bueno…».
En un formato más general, cabe plantearlo en términos como: «Si haces cualquier tipo de acción que no debes hacer, o no haces cualquiera de las que debes hacer»… «Eres malo, inútil, mereces un castigo, no mereces nada bueno…».
Este último tipo de chantaje se adecúa con bastante precisión al modelo general de los programas de castigo, expuesto en un artículo anterior, titulado Los programas de castigo y sus efectos formativos.
En el segundo caso, se ejerce presión sobre la identidad personal, para dañar la sustantividad, con esquemas como, por ejemplo: «Si te crees que eres tan listo, tan bueno, si dices que me quieres, etc.», «tendrás que demostrármelo, dándome X, sirviéndome, haciendo…
Dicho de otro modo, se pone en cuestión la identidad personal del objetivo, a expensas de que someta su actividad a las determinaciones del chantajista.
Este caso puede asemejarse al modelo que expone, Marie-France Hirigoyen, en su citado libro sobre el acoso:
“La técnica es siempre idéntica: se utiliza la debilidad del otro y se lo conduce a dudar de sí mismo con el fin de anular sus defensas. Mediante un proceso insidioso de descalificación, la víctima pierde progresivamente su confianza en sí misma y, a veces, está tan confundida que le puede dar la razón a su agresor: “¡Soy una nulidad, no llego, no estoy a la altura!”. Por lo tanto, la destrucción se lleva a cabo de un modo extremadamente sutil, hasta que la víctima comete errores ella sola”. (p. 64)
Estas últimas formas de agresión interpersonal constituyen un paradigma de la violencia ejercida, propiamente, sobre el ser del objetivo, saliéndose de los esquemas en los que, lo que está en juego, son cuestiones meramente materiales.
Están destinadas a dañar el «yo» del objetivo de forma integral, puesto que la sustantividad y la identidad personal se encuentran estrechamente vinculadas dentro del sistema de referencia interno. Es decir, cuando se daña la identidad, repercute negativamente en la sustantividad, y viceversa.
Además, sus repercusiones existenciales pueden llegar a ser muy negativas.
El afrontamiento de este tipo de problemas, requiere un análisis minucioso, y, en cada caso, disponer de una representación fidedigna de la propia persona, su esencia, su existencia y sus relaciones interpersonales.
No obstante, lo mejor parece ser, tratar de conservar la independencia y la autonomía personal, e, incluso, plantearse la posibilidad de fortalecerlas a lo largo de la situación, procurando no caer en condiciones de aislamiento, que son las que más interesan al agresor.
Bajo tales problemas, sin duda, cuando sea posible, es conveniente hablar con personas de confianza, acceder a perspectivas amplias de la situación, y convertir tales problemas en dificultades, que puedan ser afrontadas con el propio «yo» en las mejores condiciones posibles.
[i]Entrada de la palabra “chantaje”; Diccionario de la Lengua Española; Real Academia Española, Madrid, vigésima primera edición, 1992
[ii]GREENE, ROBERT; Las 48 Leyes del Poder; trad. Ana Bustelo; Editorial Espasa Calpe S.A., Madrid, 2002, obra que vino precedida en su publicación española de: Robert Greene; El Arte de la Seducción; trad. Carmen Martínez Gimeno; Editorial Espasa Calpe S.A., Madrid, 2001
[iii] HIRIGOYEN, MARIE-FRANCE; El acoso moral. El maltrato psicológico en la vida cotidiana; trad. Enrique Folch González; Ediciones Paidós Ibérica, S.A., Barcelona, 1999