Blog de Carlos J. García

¿En qué época estamos viviendo?

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Se dice que vivimos en la edad contemporánea que sería la edad que sigue consecutivamente a la edad moderna, es decir, una edad que no es la moderna, pero que sigue inmediatamente a esta.

No obstante, todo hombre de cualquier época cuando ha vivido, ha vivido contemporáneamente a todo aquello que existiera o que viviera coincidiendo temporalmente con él, tal como dijo el filósofo italiano Benedetto Croce.

Por lo cual llamar, históricamente en serio, contemporánea, a una época es algo muy raro. Entre otras cosas porque no terminaría nunca, pues no se encontraría jamás límite alguno a tal designación con tal de que el mundo durara el tiempo suficiente.

Todas han sido en su momento, contemporáneas y si se hubieran llamado así se hubiera seguido en la primera de ellas.

Si se quiere diferenciar a esta época de las anteriores o de las siguientes habría que aludir a alguna característica propia que la distinguiera de las demás.

La edad de hierro fue contemporánea, la del bronce también, la moderna también, etc., pero lo cierto es que ya no vivimos ni en la edad del hierro ni en la del bronce.

Por el contrario, no está tan claro que ya no vivamos en la era moderna aunque a la contemporánea a menudo se la denomine posmoderna.

Hay quienes han situado el inicio de la contemporaneidad en el principio de la Revolución Francesa, en 1789. Otros en 1808, en 1848, o en 1917. En todos los casos tal inauguración descansa en hitos revolucionarios contra el llamado antiguo régimen y, desde algunas perspectivas,  en la emergencia de la economía capitalista y en las llamadas revoluciones burguesas de tipo liberal, todo ello puesto en una perspectiva centrada en el eje europeo-americano, con una proyección de imposición civilizadora universal de su modelo de sociedad como prototipo de modernización al resto del mundo. Tal imposición parece apoyarse seriamente en su poder material.

Una cierta perspectiva occidental es, pues, la que afirma que el mundo vive en la era contemporánea cuyo fin no podrá terminar, por definición, en otra era contemporánea. Es decir, si terminara en otra cosa, esa otra cosa no tendría contemporaneidad.

¿Cómo se podría denominar a la actual contemporaneidad desde algún momento futuro que fuera esencialmente distinto de ella?, ¿o es que no cabe esperar que exista jamás ese futuro diferente?

Parece algo distintivo de esta era contemporánea la creación y expansión de los estados nacionales, los modelos ideológicos, el modelo económico del capitalismo que, aunque solo sea en apariencia, habría triunfado sobre el comunismo, y el desarrollo tecnológico en el ámbito de la información y de las comunicaciones pero, todo ello, yendo hacia una globalización del mundo o, en expresión de Marshall McLuhan, hacia la aldea global.

Parece, por tanto, que en el breve espacio de tiempo que comprende la era contemporánea, de más o menos dos siglos, se ha pasado de unos cuantos hitos revolucionarios a estar a las puertas de la disolución de la mayor parte de los límites que, justo antes, definían cuanto había en el mundo.

Por otro lado, no parece posible, sin algo de historia, tratar de entender aquellos hitos revolucionarios (que no empezarían en 1789) sino en 1607 en Jamestown con el asentamiento de los primeros colonos ingleses en el nuevo continente, o, si se prefiere, en 1770 con el inicio de las actividades revolucionarias de los colonos contra la corona británica con contestación armada de esta, o el 2 de julio de 1776 cuando el segundo Congreso Continental declaró la independencia de las colonias, o, si prefiere, dos días después, cuando Thomas Jefferson redactó la declaración formal de principios justificando la independencia colonial contra Inglaterra.

Ahora bien, como esto último ocurrió solo trece años antes del inicio de las hostilidades en Francia contra la monarquía francesa, el supuesto inicio de la contemporaneidad no fluctuaría demasiado, si no se quisieran tomar en cuenta otros posibles factores que, por estar implicados de algún modo en la historia de estos hechos, la solaparían con la era moderna durante un periodo bastante grueso de esta.

Así, los límites entre la era contemporánea, la moderna y todo ese periodo de tiempo que se inscribe entre el final de la Edad Media y la Ilustración, que incluye, entre otros cambios bastante serios el llamado Renacimiento, son límites muy difusos en tanto unos implican explicativamente a otros.

Por ejemplo, parece que se quiere dejar sentado, en general, que el Renacimiento es a la Edad Media, lo que la era Moderna es al Antiguo Régimen.

Es como si el feudalismo, el absolutismo, o, en general, todo cuanto hay entre la era antigua que finalizó con la caída del imperio romano, hasta el advenimiento de la contemporaneidad de la mano de renacimientos, ilustraciones y modernidades, fuera en un mismo paquete y toda superación de aquello constituyera la cimentación de lo contemporáneo.

Si esto fuera así, bastarían para estipular como eras a tomar en cuenta, de cara a ubicar lo actual tres simples periodos: el antiguo, el medieval y el moderno, y, dentro de este, la fase contemporánea de lo que actualmente existe no dejaría de ser la fase postrera, pero no necesariamente la última, aunque incluida en ella, de la modernidad. ¿O se pretende que dure eternamente?

Así se entendería mejor lo que ocurre ahora, o lo más distintivo de la actualidad, insertado en su propia historia y a diferencia de lo que previamente no contenía elemento alguno de modernidad.

Si esto se considerara así, la modernidad ya habría durado unos quinientos años, la edad media duró unos mil y la época antigua, desde que finalizó la prehistoria (aprox., a finales del IV milenio a.C., si nos referimos a Oriente próximo o hasta  mediados del II milenio a.C., si nos referimos a Grecia y Roma) hasta el inicio de la Edad Media, aproximadamente en los siglos IV o V d.C., se podría cifrar en dos o tres mil años de duración aproximadamente.

Se ve que las diferentes épocas se van reduciendo de duración a la vista de la velocidad a la que acaecen los cambios más importantes en la humanidad, pero no parece que se puedan reducir tanto como para diferenciar históricamente la era moderna de la contemporánea o de la renacentista, pues en ese caso la Moderna se limitaría poco más que a la Ilustración y se insertaría el Renacimiento en la baja Edad Media, cuando parece obvio que la rotura de la Edad Media se produjo bastante antes del Renacimiento, o, quizá, por él, o por algo que en él hubiera antes de que cobrara relieve su existencia, y que el Renacimiento, la Ilustración y la era Moderna tienen bastantes características comunes entre sí, y, a diferencia, de la Edad Media.

Por otro lado, Oswald Spengler[i], aporta una perspectiva de la historia universal que no encaja en el esquema habitual, con que el historiador occidental, pretende describirla, fragmentarla o entenderla.

El esquema [Edad Antigua — Edad Media — Edad Moderna] le parece centrado inadmisiblemente en la región euro-americana como si fuera ésta el centro mismo del universo. La Edad Antigua no comprende, exclusivamente o poco menos, a Grecia y a Roma, como parece afirmarse desde esta perspectiva, sino que hay otras edades antiguas en China, en Egipto, o en cualquier otra región de la tierra.

La Edad Media, confinada a la región ocupada por el cristianismo y por la lengua latina, parece sacada del ámbito de una verdadera historia universal para remitirse malamente a una pequeña historia regional. Seguramente ha habido algo parecido a edades medias en otras culturas pero no cabe insertar algo regional tras algo supuestamente universal.

La Edad Moderna que parece equivalente a la etapa final de la civilización máxima de una cultura y que se corresponde con el inicio de su defunción, seguramente se corresponde, por ejemplo, con la etapa imperial romana que antecedió a su fin.

La historia, según Spengler, es la historia de cada cultura, de las que, grandes, ha habido nueve, y cada una de ellas ha tenido sus correspondientes fases de inicio, maduración y finalización.

Es posible que tales fases se puedan equiparar a las que se suelen manejar con los términos del hombre salvaje, el bárbaro y el civilizado. La historia parece repetirse en diferentes regiones y en diferentes fechas. También parece que la vitalidad de una cultura se corresponde con sus orígenes y crecimiento, mientras que en su etapa final, civilizada, una cultura entra en fase mortecina, fósil y agotada. La llamada cultura occidental, según Spengler,  ya se encuentra en esa fase.

Síntomas de la fase civilizada de una cultura son, por ejemplo, el imperialismo; su tendencia a la expansión hacia el exterior en vez de tender a un crecimiento interior; el culto al dinero y el poder; la ubicación de la pobre actividad cultural en las grandes ciudades y la desaparición de los pueblos como núcleos de actividad cultural; la separación del hombre de la tierra; la pobreza filosófica e intelectual; el predominio de las masas en la población, etc. Eso parece ser la civilización.

Según Spengler, la decadencia de Occidente es parte del sino o el desenlace fatal bajo el que toda cultura toca a su fin, sin que nada ni nadie lo pueda remediar, es como un ciclo inevitable por el que todo lo que nace muere y a Occidente ya le ha llegado su turno. Es esta una visión orgánica de la cultura, de toda cultura, y muestra el ciclo completo de todas y cada una de ellas.

También resulta de interés,  su descripción de la cultura en los dos sentidos [cultura ⇔ individuo]. La cultura incluye al individuo (aunque, en mi opinión, no se podría decir eso de todos los individuos de una región) pero, también, los individuos pueden tener o no tener cultura. Los individuos tienen cultura cuando tienen un conocimiento real de la historia y de la naturaleza, definiendo por historia, la realización de la cultura posible. (op. cit., tomo I, p. 90)

Dicho todo esto, dentro de mi limitado conocimiento de las culturas que hay o que ha habido en el mundo, no consigo dar con ninguna que se caracterice, como la que actualmente vivimos, en Occidente y en otras grandes áreas del mundo, por ser atea.

De ser así, tal singularidad llama poderosamente la atención como rasgo distintivo radical para empezar a saber dónde estamos viviendo y, también, para entender las etapas o edades históricas, que nuestra cultura ha atravesado hasta la actualidad.

Las menciones que he efectuado al comienzo del presente artículo, referidas a las edades de nuestra historia que, de modo bastante generalizado reconocen los historiadores, parecen carecer de la suficiente claridad como para que se pueda comprender lo fundamental de las mismas.

No soy quien para discutir tales clasificaciones de los tiempos de la historia, pero sí puedo aportar la perspectiva, que me ha permitido entender mejor el pasado de Occidente en relación con el presente.

Tomando en cuenta el factor religioso de todo (o casi todo) proceso cultural, la historia cultural europea y, por extensión, occidental, hasta la actualidad habría tenido cuatro edades:

  • Precristiana
  • Cristiana
  • Anti-cristiana.
  • Atea

De forma sintética, la primera, estaría caracterizada por una cultura politeísta compuesta de diferentes cultos religiosos. Se corresponde con la Edad Antigua.

La segunda, se caracterizó por un monoteísmo mono-religioso que finalizó, por la rotura política de la unidad cristiana, en un monoteísmo plurireligioso. La Era Cristiana se corresponde con la Edad Media.

La tercera, por un proceso ateísta consecuencia del movimiento anti-cristiano que causa la rotura de la unidad religiosa. Esta edad se correspondería con la Edad Moderna.

La cuarta, por la consolidación de una civilización atea que se expande hacia el resto del mundo. Esta se correspondería con la Edad Contemporánea.

Visto así, cabrían menos dudas acerca de aquello que mejor caracteriza cada una de las cuatro fases de nuestra historia, y se abre la puerta a una mejor investigación de los procesos internos que explicaran los correspondientes cambios de una edad a otra.

No obstante, llama la atención el hecho de que, en la oficialmente denominada Edad Contemporánea, no se haga mención, ni del proceso ocurrido con la religión a lo largo de la historia, ni de las diferentes etapas por las que ha atravesado, cuando, de hecho, sin tomarlo en cuenta no se entendería absolutamente nada.

Tal vez es que no ofrecería una buena imagen al conjunto de la población denominarse a sí misma Atea, o quizá no resulte conveniente recordarle a la población su pasado y su presente.

Vivir internamente la vida, no exige salirse de ella para conocer lo que hay fuera de uno mismo. El niño no lo hace, pero lo que le falta al niño para su correcto desarrollo intelectual es una perspectiva más amplia del objeto a conocer, hasta el punto de que pueda conocer ese objeto enorme al que se puede llamar Cultura, dentro del cual hace su vida. Bastaría para ello que conociera una variedad de culturas para saber dónde, cuándo o en cuál le ha tocado hacer su vida.

Va contra esta lógica cualquier tipo de educación que suprima la perspectiva que permite la percepción de la cultura, encerrando al niño dentro de ella, y negándole toda posibilidad de que la experimente y la conozca, la padezca o la disfrute con una conciencia, al menos elemental, de lo que es o en qué consiste.

Ahora bien, cabe la posibilidad de que una o más generaciones no nazcan propiamente en el seno de una cultura propiamente dicha, sino en un contexto poblacional ideológicamente diseñado por el poder, una vez que ha ejercido una operación quirúrgica minuciosa para extirpar todo lo esencial de una cultura propiamente dicha, cuyos residuos ideológicos sustituyen a la cultura destruida.

En tal caso, la ignorancia del contexto social en el que vivan tales generaciones puede ser una pieza fundamental del propio poder  para su propia perpetuación, sin permitir que la o las culturas sustituidas por el propio poder, sean conocidas por aquellos sobre los que se cierne. En tal caso, todo el panorama potencial del lugar donde se vive, queda encerrado en el limitadísimo marco del presente, sobre todo, si se toma la medida de seguridad de tergiversar la historia cultural que precedió a tal estado de cosas.

Un análisis de la contemporaneidad, también llamada posmodernidad, revela el estado en el que se encuentra el ser humano, desencantado y vacío de todo cuanto fue, y cuanto tuvo.

 

[i] SPENGLER, OSWALD; La decadencia de Occidente. Bosquejo de una morfología de la historia universal; 2 tomos; trad. del alemán de Manuel G. Morente del original de 1917; Espasa-Calpe, S.A., Madrid, 1976

11 Comments
  • jfcalderero on 23/11/2016

    Considero que los intentos de definir las «épocas» y hasta el mismo concepto de «época» es una manifestación del pensamiento racionalista que, de alguna forma, considera que categorizando y clasificando los distintos aspectos de la realidad la domina mejor. Quizá ese mismo intento conlleve en sí mismo la semilla de la adulteración de las interpretaciones sobre la realidad.
    Saludos,
    JF

    • Carlos J. García on 23/11/2016

      Sin duda la mera operación de clasificar épocas al estilo positivista sin llegar a comprender los hechos de la historia y las relaciones entre ellos, aparenta racionalidad y no sirve gran cosa. Lo interesante es comprender la historia en tanto proceso que siguen las diferentes generaciones de un determinado territorio, mediante los factores causales que determinan esos procesos y no otros. También es importante tener una cierta conciencia referida a nuestros orígenes, antepasados, etc., y de las características diferenciales de nuestro propio tiempo. Sin estos elementos es difícil disponer de actitudes hacia el futuro que tengan un fundamento real. Un cordial saludo.

  • Nacho on 23/11/2016

    Yo también creo que la clasificación que propones basada enla religiosidad explica mucho mejor los cambios culturales en la cultura occidental. Pero yo matizaría: no llamaría a la edad moderna anti-cristiana,porque creo que no lo fue. Fue una época en la que ya no prevalecía una única doctrina cristiana por el rechazo a la perversióncon que el papado hacía abuso de su poder sobre la  
    gente, pero cristiana hasta la médula .Creo que podrías llamarla anti-católica con rigor pero no anti-cristiana. En la edad contemporánea si hay una primera época de ataque y una segunda de ateísmo generalizado.En este sentido y dentro de lo que llamas época cristiana distinguiría entre un cristianismo en donde el hombre no es nada frente a Dios (Edad Media-Papadoabsolutista-ignorancia generalizada) y una segunda fase en la que el hombre se declara hijo de Dios,libre de pensar por su cuenta y escapa, no sin violencia, del absolutismo religioso del papado (Renacimiento, Barroco). Y creo que la clave de este cambio es la invención de la imprenta y la consecuente “socialización” del saber.
    Pero lo que creo que merece más  
    ser destacado es lo que dices al final. Me Parece cierto que la corriente que desprecia/oculta/tergiversa las cienciashumanísticas y a la que no es ajena la derecha en Europa (parece bastante menor enUSA) es el resultado de una victoria de un modo de pensar que, ajeno acualquier rigor histórico-antropológico, 
    han promovido desde la revolución francesa grupos de poder que movilizan el desencanto social (lógico y legítimo según la época), no para hacer más feliz al hombre sino para derrocar al poder establecido y ocupar su lugar con una tiranía semejante pero increíblemente más sofisticada y más cruel que despoja al ser humano de cualquier “salida”razonable (vía confianza religiosa o social). La “sofisticación” proviene de haber sabido conjugar una aparente mayor libertad en todos los ámbitos (no es evidente la aplicación de la fuerza) y una esclavitud a un pensamiento único profundamente superficial, excluyente y vacío. Y la esclavitud se impone por la exclusión del grupo. El acceso a la información “liberadora” está,pero envuelto entre tanta mierda que ya casi es imposible encontrarla sin un guía.
    Un saludo Carlos

    • Carlos J. García on 23/11/2016

      El paralelismo que ofrezco entre las edades oficiales y las correspondientes referidas a su posición con respecto a la religión (o religiones) no pretende tener una coincidencia plena entre ambas relaciones, y, de hecho, requeriría unos criterios muy precisos para especificar los comienzos y los finales de cada una de ellas. Lo que me parece inadmisible es que esos periodos oficiales omitan por completo el factor religioso, y las pugnas entre el poder político y el religioso, como motores de nuestra historia. Además, es importante precisar la condición del occidente actual al respecto de la religión, pues creo que hay muy poca conciencia de ella. Me parece que ver la sofisticación con que operan los poderes actuales como uno de sus rasgos más distintivos es muy acertado. Un saludo Ignacio.

  • luis miguel on 23/11/2016

    No creo que tenga mucha importancia la división de la historia, pues, es una manera de analizarla como otra cualquiera. Lo que sí me llama la atención es que al leer la historia de los distintos pueblos o naciones, es la proporcionalidad tan inversa entre cultura y civilización que hay entre los mismos. Podemos ver pueblos plenamente civilizados y totalmente incultos, y más hoy en día.
    Por otra parte, me encanta que la tercera ley de Newton, sea tan efectiva en toda la historia de la humanidad (acción-reacción), sino que hubiera sido de la revoluciones y cambios de las ideas e incluso de las religiones.
    Y ese desencanto y descreimiento en todos los órdenes, que se supone nos invade hoy en día, me parece a mí que ha existido en todos los tiempos, sobre todo por parte de los jóvenes e intelectuales.
    En cuanto a en qué época estamos viviendo, yo diría, que a cualquiera de las anteriores, pues soy de los que creen que la Historia se «repite».

    • Carlos J. García on 23/11/2016

      Es posible que Spengler tenga razón al definir la etapa civilizada de una cultura como una fase degenerada que anticipa su final. Además, coincide en que la cultura que contienen las personas (conocimiento de sí misma y de su propia historia, de la naturaleza, de las creencias que imperan en la propia cultura, etc.) en esa fase final (que puede ser bastante larga) tiende a ser muy escasa, por lo que la noción de civilización equivale más a decadencia que a etapa de progreso social. Gracias por tu aportación.

  • jfcalderero on 24/11/2016

    Ignorar la religión, las religiones, en el estudio de la Historia, la Antropología, etc., es una muestra de falta de rigor intelectual y de criterio, desgraciadamente muy extendida. Saludos, JF

  • Marcos De avia Garcia on 03/07/2020

    me encanto este punto de vista y la manera la cual explica este concepto, me parece excelente y me deja mucho en que reflexionar al igual pienso que estas épocas las enseñan de un ámbito general, algo que no debería ser así ya que casi en la educación occidental se enseña mas los cambios Europeos y no se habla mucho de los cambios que han sufrido otras culturas y pareciere que estuvieran censurando o no tomaran en cuenta la importancia de otros países del asía o áfrica ya que algunos países no ha sufrido ese gran cambio de las épocas o simplemente no vivieron acontecimientos similares al de los países de Europa

    • Carlos J. García on 02/08/2020

      De acuerdo contigo. Las épocas han de referirse al contexto de cada civilización, ya que las diferencias entre distintas civilizaciones pueden llegar a ser muy profundas y también las formas y etapas de sus correspondientes desarrollos. No hay una única civilización humana sino muchas y para entender cualquiera de ellas es necesario investigar su cultura original y sus cambios.
      Lo cierto es que el examen de culturas africanas, asiáticas o de otras regiones cuyas mentalidades son claramente diferentes de las nuestras es difícil para cualquier historiador que no se haya formado dentro de ellas.
      Me alegro que el artículo te haya sido útil.
      Muchas gracias.

  • Gabriela on 17/12/2021

    Tengo 28 años y no sé nada de historia por mi falta de interés, y sé muy bien que ahora me interesa saber más de todo el mundo porque siento que soy una hormiga perdida en el mar.
    Creo que la edad se separa por el uso de la ropa, la religión y la política que conlleva a la economía. Por mi parte en especial, como ejemplo me concentraría en mis pies. Al principio solo estaban descalzos, después zapatos, después caballos, después carretas, bicicletas, después autos a vapor y carbón, trenes y, por último, viene el auto y eso conlleva el avión y el tren, o sea, ahora que vienen cohetes que van y vienen de la luna, lo que no creo que exista, pero después vendrá llegar a Marte. No lo sé y, si me río, estaría jugando con el futuro del desarrollo y de la mente de los humanos. No creo que el mundo se termine con nosotros y sé que en algún punto vamos a desaparecer y todo volverá a resucitar de la misma manera, como siempre árboles, fuego, frutos, animales y, de nuevo, los humanos que van a terminar con la tierra, para volver a su origen de nuevo como un ciclo de la vida.

    • Carlos J. García on 20/12/2021

      Gracias por tu comentario Gabriela. Nunca es tarde para empezar a conocer la historia y tantas otras cosas necesarias para saber más de la realidad.
      Tu esquema de evolución humana, en el que haces referencia a los sucesivos modos de desplazarnos y movernos, es digno de tener en cuenta.
      Además, tu teoría de los ciclos universales, por la que todo volverá a ser como fue, ha sido expuesta por filósofos de mucho prestigio. Esa teoría se conoce como “del eterno retorno”.
      Me alegro mucho de que te interesen y reflexiones sobre todos estos temas.
      Muchas gracias por tu comentario.

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