Blog de Carlos J. García

Cuando la democracia se envenena

Es posible que la justificación más importante, para declarar la democracia como el sistema político menos malo, se refiera a que dispone de los medios para resolver los conflictos sociales sin emplear la violencia física que caracteriza las guerras de siempre.

Las guerras son luchas por el poder o para ampliar el poder de una de las facciones sobre la otra u otras, en las que se emplean todas las armas disponibles, sobre todo, a partir de la revolución en el arte de la guerra que introdujo Napoleón Bonaparte. Antes de él, al menos en Europa, las guerras tenían ciertas reglas que, generalmente, los contendientes cumplían.

Las herramientas de que dispone cualquier poder son, fundamentalmente, las que sirven para matar; su acumulación de recursos materiales; la información sobre el enemigo y otros asuntos importantes; su capacidad táctica y estratégica; la propaganda; y el respaldo poblacional con que cuente o le respalde.

Tachemos de la lista anterior la primera de ellas, referida a las armas que sirven para matar, y conservemos todas las demás.

La democracia es un régimen político que se funda en que las sociedades, los pueblos y las naciones se mueven dinámicamente por conflictos de poder entre diferentes personas o facciones. Presupone que las relaciones humanas son relaciones de poder de unos sobre otros.

El carácter pacífico que se atribuye a la democracia para la resolución de conflictos se restringe entonces, a la exclusión del uso de las armas convencionales en las disputas políticas.

Además, los sistemas democráticos de partidos, no prohíben la acumulación de poder económico por cada uno de ellos; la obtención de información de los partidos contendientes o de la población; el empleo de tácticas, estrategias, maniobras ideológicas, cambios de programas, etc.; la propaganda, sea verdadera o falsa; ni mucho menos, efectuar proselitismo para captar adeptos para sus respectivas causas. Todo ello, salvo que sean efectuados por medios que todos los contendientes se prohíban de forma consensuada, mediante legislaciones específicas.

Es obvio que la democracia, tal como la experimentamos en esta época, tiene mucho de guerra especializada en el manejo de la información y la comunicación, aparte de la obtención de dinero necesario para hacer la propaganda correspondiente.

Por otra parte, las legislaciones que limitan tales actividades políticas son de derecho positivo, no natural, lo cual las libera de posibles constricciones morales como pudieran ser las de atenerse a los principios de la verdad y del bien general.

Todo ello, al final, vierte en la cuantificación del número de ciudadanos que cada partido político consiga adherir a su facción por medio de las votaciones para elegirlos, lo cual fijará las cuotas de poder del Estado que se entregue a cada uno de ellos.

Obviamente, la benignidad de dicho régimen tiene como principales defensores a todos aquellos miembros de la población que tengan aspiraciones de poder, empezando por los políticos profesionales.

No obstante, el principal problema que puede tener el funcionamiento intrínseco de dicho sistema se encuentra en si la soberanía que se le supone al pueblo, como mandatario de las acciones políticas de los elegidos, recae, o no, en dicha población.

Es, obviamente, el problema de la sustantividad.

Si cualquier partido tiene el derecho legal de operar sobre la población, con el tipo de propaganda que le parezca oportuno, incluyendo las falsedades que desee, la población no podrá tomar sus decisiones conforme a lo que de verdad le espera una vez entregado el poder a quién la sedujo con engaños y falsas promesas. Elegirá bajo engaño, de mayor o menor calado, privada de realidad y, por lo tanto, sujeta a la voluntad de quién o quiénes la engañaron. Esa es una forma básica de maquiavelismo tolerada por el sistema.

Está claro que, en dicho contexto, la verdad no importa y lo único que importa son las apariencias, íntimamente conectadas a su impacto para la adhesión de las voluntades de las personas que las reciben.

En relación con esto, se monta un enorme teatro de apariencias destinado a un público, ya sea local o mundial, que tiene ante sí la elección entre, dejarse llevar por las apariencias, o iniciar una investigación científica en profundidad para averiguar, en cada caso, que verdades ocultan las apariencias que se le ofrecen. Esta última tarea requiere tal esfuerzo que, por desgracia, la mayor parte de la población no está en condiciones de efectuar.

El funcionamiento del sistema puede encontrarse dentro de ciertos límites tolerables cuando las partes contendientes aceptan, por consenso de todas ellas, una ciertas reglas generales como puedan ser las leyes de un Estado, pero si una o más fuerzas rompen dicho consenso, la cosa se pone fea.

A la democracia no consensuada, privada de violencia física, pero que permite múltiples formas de violencia informativa, se le abren las puertas a niveles mucho más altos de intoxicación y envenenamiento informativo sobre la población, lo cual debería frenarse mediante alguna forma de censura comunicacional, que, al menos, contuviera la violencia informativa dentro los límites que aconsejan los estados de guerra convencional.

No obstante, en dicho momento, se justificaría perfecta y democráticamente la prohibición de mentir a todos los políticos y ciudadanos influyentes, medida que sería mucho más eficaz que cualquier otra. Prohibido el empleo de las falsas apariencias durante algún tiempo encontraríamos algo parecido a una auténtica paz de espíritu que es lo que democráticamente deseamos la mayoría de la población.

7 Comments
  • Nacho on 27/10/2017

    Hay dos posibles acciones a corto plazo a cuál más difícil : o se castiga ejemplarmente la mentira de políticos, periodistas y educadores (muy difícil pues lleva a instaurar instituciones potencialmente corruptas que decidan sobre la veracidad) o bien se subvencionan viajes culturales al exterior para que la gente salga de la inmersión des-informativa.

    A largo plazo, educar a la gente haciéndole ver la importancia y responsabilidad de producir sus propias opiniones basadas en los hechos: importancia para si mismos y para la comunidad.
    Cuando a un pueblo le educas en el odio a un supuesto agresor y, dado que la vida siempre es difícil, la atribución de su malestar siempre irá hacia ese agresor y además de forma creciente a medida que paulatinamente el alejamiento de la realidad y sus efectos son mayores.Es un crecimiento asindótico que solo pueden parar crisis como esta. La masa de personas engañadas ha llegado a un número crítico que sus manipuladores ya no pueden parar. Creo que sus intenciones no eran ser independientes (sabían muy bien sus efectos) sino amanazar con serlo para ganar poder en España. Les fue bien hasta que esa masa crítica los ha arrollado. Es lamentable porque dejan ahora un problema de difícil solución a corto plazo.
    Un abrazo Carlos

    • Carlos J. García on 29/10/2017

      En el caso de la crisis catalana, me temo que la manipulación ha sido y es mucho mayor de lo que parece a siple vista. Creo que ha sido un teatro general, una especie de gran teatro del mundo, en el que todos o casi todos los que han salido a escena tenían sus papeles perfectamete definidos y repartidos. La finalidad de sus promotores es simple y llanamente debilitar a una nación de cientos de años de historia. El curso de su puesta en escena, incluyendo su supuesta resolución con el 155, que no resuelve en absoluto el problema, es un cúmulo de mentiras y falsas apariencias y, dicha resolución, destinada a agradar a todos los observadores externos, amigos y enemigos del independentismo. A mi parecer todo ha sido un juego cuyo resultado es que han ganado todos aquellos que desean debilitar a las naciones y hemos perdido todos los demás, nacionales y extranjeros. Un abrazo.

  • Francisco on 28/10/2017

    Hola Carlos, que gran idea la de los últimos párrafos de artículo, establecer una especie de censura y prohibición a los políticos y personas influyentes para que no mintieran, no hicieran teatro ni falsas apariencias, pero eso es algo imposible dada las características del poder antireal, ojala que se consiguiera para la tranquilidad del ser humano que se encuentra en estos momentos muy dañada. Gracias por el artículo.

    • Carlos J. García on 29/10/2017

      Lo sé, pero trataba de poner en evidencia que un sistema que se funda en que la mentira y a verdad son igualmente válidas no puede funcionar bien. Gracias a ti.

  • mariamcasares on 09/11/2017

    Hola Carlos.
    Entiendo que, por su comportamiento, el gobierno no nos defiende ni nos representa. Que lo que hay es una manipulación de la información y de las personas, con el fin de acumular poder a costa de la destrucción de la realidad. ¿Pero todos? y en el caso de que sean TODOS, tampoco entiendo porque se comportan como si tuvieran más miedo a una minoría nacionalista que a esa mayoría de españoles que salieron a la calle demostrando patriotismo y deseo de unidad. ¿No deberian temer mas a la realidad que a la irrealidad?
    Otra cosa que no entiendo, es porqué los catalanes no han hecho nada hasta ahora y han dejado que las cosas lleguen a este punto. No me refiero a los dirigentes catalanes, sino a la población que lleva 40 años dejandoles dar un «pasito más» a los radicales.
    Gracias! Saludos

    • Carlos J. García on 09/11/2017

      La situación política es incomprensible salvo que se admita que hay fuertes influencias sobre los gobiernos nacionales que les obligan a funcionar en congruencia con un proceso de extinción paulatina de los estados nacionales. ¿Su fin? Dejar a la población sin la protección de los propios estados, igual que la han dejado sin muchos de los fundamentos de sus existencias precedentes, para ponerla en condiciones de debilidad y que sea gobernada por esos mismos poderes sin oponer resistencia, de lo que, a día de hoy, ya vamos constatando sus consecuencias. La promoción del separatismo va en esa línea, pero también la presencia de políticos en el Parlamento cuya única tarea consiste en atacar a la nación que les paga su sueldo. En cuanto al comportamiento de la población no separatista, hay muchos factores que lo pueden explicar: Miedo, tolerancia, acomodación, impotencia, discriminación, etc. Todas las piezas van encajando con la globalización, primero económica, en segunda lugar política y, por último poblacional. Gracias a ti.

  • maria on 10/11/2017

    Gracias Carlos por la respuesta.
    Entonces , desde esa deriva globalizadora, hasta entendería que nacieran movimientos nacionalista y separatistas como reacción.
    No el caso de Catalunya, claro, que tengo la impresión de que es un gran teatro que se les ha ido de las manos a unos pocos.
    ¿Quieres decir, entonces, que el estado promociona los nacionalismos separatistas como forma de romper la idea de España como nación?
    Pues miedo me da lo que puedan hacer con la Constitución. Porque mi sensación era que les interesaba fomentar la idea de que el independentismo es un interlocutor fuerte para justificar la modificación de la Constitución. Lo que no lograba ver era en qué dirección querían modificarla.
    Saludos!

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