Blog de Carlos J. García

Sobre las pérdidas personales

Tal vez en lo que menos se parezca la mentalidad infantil a la que se va formando a lo largo de la etapa adulta —y, más aún, a la de la vejez—, sea en la concepción del tiempo en estrecho vínculo con la existencia.

En primer lugar, la concepción infantil de la duración de la propia existencia tiende a una duración ilimitada, cuando no eterna, lo cual presenta fuertes implicaciones en múltiples actitudes relacionadas con la gestión del tiempo, el uso de recursos, la acumulación de bienes, la concepción de lo que se tiene y otras muchas áreas.

Por otro lado, el niño cree que el mundo en el que nace es como es, porque sí, y que lo seguirá siendo de forma indefinida. Ni se imagina la cantidad de factores causales de todo tipo que se han ido agregando hasta configurarlo tal como él se lo encuentra, ni atisba posibilidad alguna de que una nueva historia causal opere transformándolo hasta convertirlo en algo radicalmente distinto a lo que el encontró por vez primera.

Tal vez, tampoco tenga una concepción de temporalidad alguna antes del inicio de su propia existencia, igual que no parece tenerla a partir del inicio de la misma, ni de él mismo, ni del mundo.

Todo, incluido él mismo, está ahí y seguirá estándolo de forma indefinida sin sufrir cambios sustanciales.

Esta mentalidad va sufriendo modificaciones de forma paulatina durante el desarrollo, si bien, la idea de que el mundo que conoce y que él mismo alcanzará un límite temporal insuperable, se resiste a convertirse en una creencia firme, que afecte al propio modo de enfocar la vida, hasta edades asombrosamente tardías, tal vez, hasta el inicio mismo de la vejez.

La cadena ininterrumpida de pérdidas y cambios que ha de experimentar todo ser humano a lo largo de su vida —evidencia que se opone a las creencias infantiles originales—, tarda en producir su efecto sobre el sistema de referencia interno, y, cuando esto empieza a ocurrir, puede producir efectos diferentes según sea la personalidad de quien los conozca.

La aceptación o la resistencia que se oponga a los datos que fundan la creencia de que la existencia se acerca a su final, determinará actitudes más infantiles o más maduras con las que se afrontarán los tramos finales de la vida.

Decía antes que en el transcurso de la vida todo ser humano sufre una sucesión, más o menos amplia, de pérdidas, aunque es cuestionable si, afrontadas como se afrontan la mayor parte de ellas desde una mentalidad infantil, se pueden considerar verdaderas pérdidas.

Supongo que se puede dar por cierta la afirmación de que no se puede perder lo que no se tiene, ni lo que nunca se ha tenido.

No obstante, es fácil que cualquier persona crea tener algo que de verdad no tiene, o que crea perder algo que nunca ha tenido, lo cual puede determinar reacciones de pérdida fundadas en tales errores anidados en las propias creencias.

Igualmente, muchas personas, tal vez la mayoría, generen miedos a perder aquello que creen tener, y, en este caso, cabe la posibilidad de que haya una relación tanto más estrecha cuanto más falsa sea la creencia que enuncia lo que se tiene y la intensidad del miedo a perderlo.

Podría ser que cuánto menos verdad sea que se tiene algo, tanta más preocupación genere su potencial pérdida, lo cual estará mediado por la percepción de dificultad de conservar la supuesta propiedad.

Otra cosa es que se activen ciertas defensas, que ayuden a evadirse para evitar la emergencia de tales preocupaciones referidas a pérdidas potenciales, pero si no efectuara artificio alguno, tal vez se incrementaría la conciencia de que no se tiene lo que se creer tener.

Esto podría considerarse algo así como adelantarse a la pérdida en cuestión, al acceder a creer que no se tiene algo que se creía tener, lo cual es, más bien, una renuncia determinada por la verdad del asunto. No obstante, se trataría de renunciar a una creencia falsa, y no a la cosa de que se trate.

La propiedad real y efectiva de algo, ya sea actual o potencial, parece ser algo mucho más escaso de lo que cualquier persona pueda suponer.

¿Qué tenemos de verdad en comparación con lo que creemos tener?

Creemos tener muchos o pocos amigos; más o menos cantidad de cosas; relaciones familiares estables; cónyuges o parejas; trabajo, etc., todo lo cual implica una presunción de continuidad indefinida a futuro, si bien, todas y cada una de tales suposiciones podría y debería ser revisada, para conocer en profundidad su fundamento. A veces el tiempo acaba demostrando que uno estaba equivocado.

Muchas más garantías ofrece la noción de ser comparada con la de tener.

Es verdad que uno también puede perderse a sí mismo o anular el propio modo de ser, lo cual, a menudo, se encuentra relacionado con maniobras para evitar pérdidas en lo que se cree tener o en lo que se espera conseguir, si bien, las pérdidas referidas al propio ser parecen depender en mayor medida de uno mismo que de factores exteriores.

El tronco disciplinar del estoicismo giraba en gran medida en torno a esta cuestión. Al respecto, puede consultarse un artículo presente de este mismo blog titulado ¿Qué es la felicidad?

2 Comments
  • Ignacio Benito Martínez on 02/10/2016

    Parece que sí que nos cuesta aceptar que no vamos a durar para siempre, ni nosotros, ni aquellos con los que nos relacionamos. Por otro lado, el ser parece más fiable que el tener, ya que quizás en el fondo, no tenemos nada para siempre.
    Quizás, el cambio progresivo de la mentalidad infantil hacia la edad adulta, tenga etapas en las que las personas se plantean, cada vez en mayor medida, cómo son las cosas, o reflexionar más acerca de todo.

    • Carlos J. García on 12/10/2016

      En mi opinión, en el transcurso de la vida se va produciendo un giro importante. Al principio, niños y adolescentes se quedan fascinados por el descubrimiento de todo cuanto hay a su alrededor. Todo lo externo les sorprende o les atrae, por lo que dedican mucha más atención a lo que hay fuera, que a ellos mismos. Progresivamente, lo exterior va perdiendo importancia y se abre la posibilidad de explorar, conocer y desarrollar el propio ser. En general, da la impresión de que una persona empieza por ser una parte del mundo y, en función de cómo discurra su vida, podría llegar a ser algo o alguien en sí mismo, pero no en un sentido egoísta, sino todo lo contrario. Gracias por tu comentario

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