Blog de Carlos J. García

Sobre la inocencia

En general, se usa el término inocencia como la condición contraria a la de la culpabilidad.

Ahora bien, hay, al menos, dos clases de inocencia extremadamente diferentes. Su distinción radica en el asunto de su posibilidad.

Una cosa es que alguien no sea culpable de algo, pudiendo serlo. La otra, que alguien no sea culpable, cuando, lo cierto, es que no puede serlo.

En ambos casos, el agente en cuestión es inocente, pero dicha inocencia hace referencia a condiciones distintas.

Además, tales condiciones pueden ser, tanto internas, como externas.

En cuanto a las condiciones externas, nos encontramos ante la existencia, o no, de algún tipo de coartada. Quien no dispusiera de coartada alguna que haga materialmente imposible la comisión de alguna acción que se le atribuya, a pesar de ser inocente, podrá padecer la sospecha de haber efectuado la misma, y, por lo tanto, la condición de poder ser culpable.

Evidentemente, sobre quien disponga de una coartada suficiente, no gravitará sospecha alguna al respecto de la materialización de la acción.

Otra cosa bien distinta y de mucho mayor calado, gira en torno a las condiciones internas de posibilidad. Hay actores que pueden ser culpables, mientras otros, no pueden serlo. Además, tales condiciones de no culpabilidad pueden ser plenamente estructurales, es decir, de aplicación universal a cualquier cosa que hicieran.

Cuando un agente no puede ser culpable de ninguna acción, estaremos ante una condición de inocencia inherente a su propio ser. Se trata de quien posee la inocencia coma una propiedad que radica en él.

En este caso, se encuentran todas las especies de seres vivos que existen conservando su estado de naturaleza, e, incluso es el de aquellos animales, que por adiestramientos de sus dueños, pudieran llegar a hacer algún tipo de daño a un ser humano. Haga lo que haga cualquier miembro del reino animal es, y seguirá siendo, inocente.

En el caso de los seres humanos, podemos distinguir dos grandes grupos.

El primero, está compuesto de niños hasta una cierta edad y por personas que, por padecer diferentes estados de privación de facultades, aquello que hagan se atribuye a tales estados, y no a ellos mismos en tanto sujetos de sus acciones.

El segundo grupo, lo compone el resto de la población: personas que disponen de las suficientes facultades para discernir acerca de qué tipo de acciones deben hacer y cuáles no, y, por tanto, que disfrutan de la condición de ser sujetos de aquello que hagan.

Por lo tanto, en este último grupo es en el que se encuentran las personas que pueden ser culpables de algo que hagan.

No obstante, las diferencias entre ambos grupos parecen ir mucho más allá de sus meras condiciones facultativas. ¿En qué sentido?

En su obra Sobre el sentimiento y la volición, Zubiri [i] expone una idea que, para muchas personas puede resultar enigmática: El poder ser malo es uno de los mayores y más espléndidos bienes que hay en el universo.

No obstante, acto seguido, aclara que Lo malo es serlo efectivamente.

Ni los niños, ni los animales, ni personas que padezcan determinadas condiciones físicas o psicológicas, disponen de responsabilidad moral alguna por la que pudieran cometer acciones moralmente malas.

La condición de su inocencia radica en no poder ser malos. Ahora bien, si esto es así, también se podrá afirmar que no pueden ser buenos o, al menos, moralmente buenos.

Por tanto, se trata de una inocencia por la que no pueden ser ni buenos ni malos.

Lo curioso del asunto es que, dicha inocencia, sobre todo la que se da en la infancia de nuestra especie, se asocia casi siempre con una suerte de bondad, la cual, en ningún caso, puede ser de índole moral.

Para descifrar este asunto, viene al caso un artículo anterior publicado en este mismo blog, titulado La ética nos hace personas.

En dicho artículo expuse las siguientes citas de Nicolai Hartmann [ii]:

«Persona es el sujeto en tanto que es portador de valores y disvalores morales con sus actos transcendentes, esto es, en su conducta.» (p. 263), y, «El objeto de la ética es el hombre como persona.» (p. 264)

Si esto es así, la condición de persona, al estar plenamente vinculada a la posesión de dicha dimensión moral, es incompatible con la posesión de la inocencia estructural que caracteriza a los niños hasta cierta edad —otro asunto es cuál sea dicha edad, o si, como parece, la pérdida de dicha inocencia discurre a lo largo de un proceso longitudinal.

Ahora bien, la pregunta es si dicha inocencia, que deriva del hecho de la imposibilidad de hacer el mal, debe ser igual valorada, que la inocencia de la persona que ya ha adquirido su plena dimensión moral.

Parece obvio que no pueden ser valoradas del mismo modo, pues remiten a condiciones radicalmente diferentes en cuanto a la posibilidad de hacer o no hacer el mal.

Dicho esto, la parte de la esencia sustantiva en que consiste la identidad personal, habría de ser vinculada al proceso de adquisición de la condición personal, la cual, a su vez, exige unas condiciones determinadas de la sustantividad.

Es decir, no se debe dar trato alguno a los niños que les confiera una determinada identidad personal, al margen de su desarrollo sustantivo y del proceso de convertirse en personas.

Una vez dicho proceso haya alcanzado el punto crítico en el que da comienzo la responsabilidad moral, tendrá sentido hablar de buenas o malas personas, de la posibilidad de la culpa o de la inocencia en relación con sus acciones, y, por tanto de una identidad propiamente personal.

Actualmente, en nuestra cultura, se pueden detectar apreciaciones de lo más variopinto al respecto de valoraciones que se hacen de los niños, a los que se les puede llegar a considerar buenísimos o malísimos, importantísimos o todo lo contrario, plenamente irresponsables o responsables, etc.

Por otro lado, hay multitud de adultos que juegan socialmente a hacerse los inocentes, los ingenuos o los ignorantes en la producción de acciones deleznables; otros más, que se especializan en descargar sus culpas sobre terceros; otros que inhiben el ejercicio de su propia responsabilidad…

Como decía Zubiri, la posibilidad de hacer el mal es algo bueno, pero aún mejor es que, disponiendo de dicha posibilidad, se disponga además de la sabiduría necesaria para no hacerlo.

[i] ZUBIRI, XAVIER; Sobre el sentimiento y la volición; Fundación Xavier Zubiri; Alianza Editorial, S.A., Madrid, 1992 (p. 297)

[ii] HARTMANN, NICOLAI; Ética; Presentación y trad. del original Ethik de 1962, de Javier Palacios; Ediciones Encuentro, S. A.; Madrid, 2011

6 Comments
  • Lola on 11/10/2016

    Hola Carlos. Una alegría reencontrarte…Me ha encantado la idea de Zubiri porque entiendo que refiere a el bien que comporta el poder ser (tu mismo) y tener consciencia de ello, optando por los trascendentales como opción de vida.
    ¿Es el trabajo de la propia identidad y sustantividad clave para poder llegar a esa sabiduría, en adultos en cuyas infancias se ha exigido responsabilidad moral?

    • Carlos J. García on 12/10/2016

      Yo también me alegro de este reencuentro, aunque sea en este hiperespacio informativo. En cuanto a tu pregunta, creo que el trabajo con el propio yo es clave, en todos los casos, para acceder a un cierto grado de sabiduría, y no solo en los casos de exigencia moral. Como he dicho en algún otro artículo, la moral no debe ser exigida a nadie a ninguna edad, sino que lo lógico es adquirirla a través personas que resulten causas ejemplares bien valoradas y cuya autoridad sea reconocida. Gracias por tu aportación.

  • Ignacio Benito Martínez on 26/12/2017

    Con frecuencia me da por valorar como algo bueno el que los niños no intenten manipular a los que tienen a su alrededor. Pero por lo que veo es que no han alcanzado su dimensión completa como personas, ¿no? Tampoco puede entonces hablarse de que sean buenos, por lo que entiendo que dices.
    Entonces de niños, entiendo que a lo que se dedican es a aprender del mundo constantemente, y a captar aquello que está a su alrededor… Por otro lado, son fácilmente manipulables e influenciables por los adultos.
    Parece que con 6,7 y 8 años son más inocentes, pero en un año o dos sorprende el salto que dan aprendiendo picardías y a tratar de engañar a los que están a su alrdedor (incluso a los adultos…) No deja de sorprenderme ese brusco cambio en tan corto periodo de tiempo ¿Qué sucede ahí? Debe ser que su personalidad se cristaliza… porque con 11 y 12 te pueden poner la cabeza como un bombo (por decirlo de alguna manera).

    • Carlos J. García on 26/12/2017

      El aprendizaje moral se produce sobre todo por la causa ejemplar de los adultos y no todos los niños siguen el mismo curso a partir de los 7 años en función de lo que hayan aduiqrido hasta entonces. Hoy en día todo ese desarrollo está muy complicado por la enorme cantidad de ejemplos lamentables que tienen a su alcance. Al final, es la atmósfera social la que reproduce a la propia sociedad. Gracias por el comentario.

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