Blog de Carlos J. García

Por una psicología realista

Los presupuestos desde los que partimos cuando miramos algo trascienden directamente a lo que vemos o no vemos. Si no vemos algo que existe ante nosotros, debemos preguntarnos si es que eso es invisible o es que nuestras creencias previas nos ciegan.

Cuanto mejores sean los presupuestos que un observador tenga acerca de aquello que quiere observar, más y mejor verá aquello, y, además, cuanto más vea, más mejorará las creencias que constituyen sus presupuestos, para que la siguiente vez que mire, vea más.

Si a eso se le llama punto de vista, se puede afirmar que el punto desde el que se mira da o quita la vista.

En el terreno científico, generalmente, se identifican tales puntos de vista con las teorías de que el investigador parte para hacer sus observaciones. En este sentido podemos afirmar que en algunas ramas científicas cada vez hay mejores teorías, por ejemplo, en la física o la química, pero en otras cada vez son peores, como por ejemplo, en la psicología o en la psiquiatría.

Eso es lógico si nos percatamos de que, hay presupuestos científicos de carácter general que afectan al conjunto de todas las ciencias y si benefician a unas perjudican a otras, dado que los objetos de unas y de otras pueden ser y de hecho son diferentes.

Por ejemplo, si entre esos presupuestos globales encontramos que: solo hay materia contante y sonante; que la ciencia solo se ocupa de la naturaleza para poder cambiarla a favor de nuestra especie; que el mundo real tal como lo concebimos no existe; que la investigación de cualquier cosa debe limitarse a las sensaciones que tengamos referidas a ella, etc., etc., es obvio que de existir algo cuya existencia se niegue por medio de tales supuestos, no tendremos posibilidad alguna de conocerlo.

Además, eso obligará a dar un tratamiento radicalmente erróneo a las manifestaciones o datos de todo eso que se niegue, pues los mismos serán atribuidos a algo de aquello cuya existencia no se niegue.

Este es el caso de atribuir los problemas mentales o psicológicos al cerebro, a la genética, a los estímulos ambientales de tipo material, y cosas parecidas.

Ahora bien, el cerebro, la genética, los estímulos materiales o cualquier otra cosa por el estilo, por la forma en que se miran son cosas materiales, como, en general, se considera que es todo lo natural. Es más, todo aquello cuya existencia se niega es lo inmaterial, lo que no es directamente observable, lo que no produce sensaciones sensoriales y lo que no se puede cuantificar o medir.

No obstante, no es que con dicho sistema de prejuicios se valore más o mejor a la naturaleza que al ser humano, cuyo conocimiento está prescrito, sino que, poniendo a un lado, a la Humanidad y enfrente a la naturaleza, el trato que se le da a ésta es prácticamente demoledor.

De lo que se trata es de controlarla, conquistarla, esclavizarla, utilizarla y manipularla, y, si eso causa su destrucción, como de hecho está ocurriendo, se maquilla el asunto con campañas de propaganda que, tal vez, se puedan interpretar en el sentido de que se trata de daños colaterales ocurridos en bien de la Humanidad y que debemos apiadarnos de ella desarrollando nuevas tecnologías para conservar lo poco que queda de ella.

Todo eso parece partir de una declaración de guerra de la Humanidad contra la naturaleza, iniciada en el siglo XVI, denominada «revolución científica».

Por su parte, la denominada «psicología científica», materialista y positivista, que, en sus aplicaciones prácticas, remite directamente al control de la conducta humana por medio del control de su entorno, como era de esperar, ha fracasado estrepitosamente en su aplicación a la resolución de los problemas psicológicos, pero ha ido dando sus frutos en otras áreas como en la ingeniería social, el marketing comercial, o terrenos adyacentes.

En los propios presupuestos de la ciencia experimental encontramos una enorme ambición de dominio y control tecnológico de todo objeto en el que fija su atención y convierte en objetivo.

Si, además, todo objeto que desprecia, pasa a engrosar el conjunto de lo que no se debe estudiar, estamos ante dos formas de violencia conjugadas que se ciernen sobre la naturaleza en general y sobre la propia naturaleza humana.

Cabe preguntarse si dichas formas de violencia que forman parte de sus puntos de vista, son o no son, objetos naturales o materiales, y si con sus presupuestos pueden ser tomadas como objetos de estudio, en este caso, reflexivos. ¿Se puede estudiar científicamente la violencia de la que es capaz el ser humano?

Es obvio que, como uno de los presupuestos de dicho enfoque limita todo posible estudio a la naturaleza material, debemos preguntarnos si la violencia que ataca la naturaleza y todo aquello que no sea material, es, ella misma, natural y material, o no lo es.

La violencia ocurre en el contexto de la coexistencia; teóricamente es posible en cualquier relación entre dos o más animales y/o personas y, es obvio que, lejos de favorecerla, la perjudica o la destruye.

La naturaleza viva que conocemos forma un enorme sistema ecológico de especies e individuos que ha resultado ser sostenible hasta la revolución científica a la que antes aludí.

Si dicho sistema, que no solo contenía animales y plantas, sino, también, seres humanos, era sostenible y, por tanto, permitía la coexistencia entre todos ellos, era exactamente porque no contenía violencia intrínseca al propio sistema. Había algo en todos sus actores que les hacía funcionar conservando el sistema, algo que excluía la violencia entre ellos.

Es obvio que ese factor intrínseco no se podría observar directamente, pero hemos de contemplarlo habida cuenta de sus notables efectos.

Para que dos o más seres vivos coexistan hacen falta tres normas básicas: 1) Que cada uno conozca la existencia del otro, para lo cual…,  2) Cada uno debe darse a conocer al otro, y que, —una vez sepan de sus respectivas existencias—…, 3) No se destruyan el uno al otro.

Aquí, no cabe decir la estupidez idealista, escéptica, positivista, empirista o del tipo que sea, de que el mundo real, las personas, los animales, las plantas o el propio sistema existencial que forman, es una invención de la mente humana.

Ese enorme conjunto de coexistentes en el que vivimos y que llamamos mundo, lo componen, no solo la naturaleza, la cual se rige por leyes naturales, sino un ser humano capaz de conservarlo o de destruirlo.

Las leyes naturales no son de obligado, sino de necesario cumplimiento. Se verifican siempre, nos pongamos como nos pongamos.

No obstante, esas normas que hacen posible la coexistencia a las que antes aludí, que se conocen desde antiguo con los nombres de verdad (conocer), belleza (darse a conocer) y bien (no destruir), resulta que no son de necesario cumplimiento, es decir, en nuestra especie no son naturales, sino extra-naturales.

Las consecuencias de no cumplirlas están a la vista de todos, lo cual se debe a que son de obligado cumplimiento pero no son de necesario cumplimiento, como es el caso de las leyes naturales. Dicho en otros términos para evitar confusiones, podemos no cumplirlas, pero hemos de atenernos a las lamentables consecuencias de  no hacerlo. Por eso son obligatorias.

En tal sentido, tienen cierto parecido con las leyes jurídicas que, tampoco son de necesario cumplimiento, pero que también son obligatorias, aunque en otro sentido: cuando no se cumplen, pueden sobrevenir consecuencias sociales indeseables, en forma de castigos, para quienes las violen.

Básicamente, la violencia consiste en tratar algo con lo que coexistimos sin verificar dichas tres normas, lo cual hace imposible la propia coexistencia.

Si estando ante alguien, nos negamos a conocerle, no nos damos a conocer, o dañamos su ser o su existencia, violamos tales normas y destruimos la posibilidad de coexistir con dicha persona.

Ahora bien, si empezamos por negar el mundo real que funciona con leyes naturales y con los principios que lo hacen posible, lo cual, visto conjuntamente, caracteriza la realidad, no solo negamos lo exterior a nosotros mismos, sino que nos incluimos en el pack, dado que también formamos parte del mundo.

El anti-realismo es, en última instancia, la clave de toda forma de violencia, ya se haga contra la naturaleza, contra la propia especie, contras otras personas o contra todo aquello que hace posible que ese mundo real exista.

En la actualidad hemos llegado a un punto álgido de anti-realismo. Nuestra civilización está adoptando de forma generalizada la actitud de negación de la realidad, que caracterizó la consolidación de la ciencia experimental en el siglo XIX, bajo la denominación de «positivismo lógico».

Su lógica es brutal: dado que no existe la realidad, solo hay subjetividad humana irreal, el pensamiento humano es lo único que hay y solo conocemos nuestras propias sensaciones o nuestras propias ideas. La ciencia estudia sensaciones subjetivas y hace preterición de sus causas reales por considerarlas ficciones.

Leer a Bacon, Descartes, Locke, Hume, Kant, Comte, Watson, Skinner, o a cualquiera de las muchas figuras sagradas que fundaron la ciencia occidental y extendieron su influencia, a toda la cultura que tenemos hoy en día, produce un efecto indescriptible difícil de comunicar: Se puede llegar a sentir conjuntamente el aislamiento absoluto de uno mismo, una impotencia irresoluble, el asco que produce observar el enaltecimiento de cualquier tiranía, y, sobre todo, una profunda impresión de irrealidad.

La psicología no puede ser eso; no es posible que sea eso, y, si es eso, más vale alejarse de ella.

Si creemos eso, será inevitable que padezcamos problemas mentales o psicológicos, por la sencilla razón de que creeremos que somos algo que ni remotamente se parece a lo que verdaderamente somos.

Pero es que, si tenemos problemas mentales o psicológicos, y, a quienes pidamos ayuda, creen eso de nosotros, lo tendremos todavía más difícil.

Los problemas psicológicos no son problemas cerebrales, ni son genéticos, ni son trastornos de la conducta observable, ni son enfermedades.

Son el resultado de la violencia y de sus efectos traumáticos ocurridos sobre todo durante la infancia y la adolescencia, pero no de índole material, o solo material, sino de naturaleza psicológica.

Atribuir dichos problemas a los genes, la fisiología, a enfermedades o a cualquier otro factor que se pueda considerar en el ámbito de la naturaleza, solo sirve para malignar la naturaleza y benignar la subjetividad humana, dentro de esa lógica de que el hombre no es naturaleza ni tampoco realidad, y, en caso de que lo fuera, esas serían sus partes malas o inconvenientes.

La naturaleza, de suyo, funciona muy bien, aunque incluya accidentes dentro de dicho funcionamiento, pero cuando estos ocurren tienen efectos manifiestos, notables y observables.

Lo que no funciona bien es el cumplimiento de las normas elementales de coexistencia, que se transgreden cada vez con mayor frecuencia entre miembros de nuestra especie.

Si la existencia del mundo real depende de ellas, necesariamente hemos de admitirlas dentro de la realidad.

Nuestra civilización une, a su anti-realismo y su antropocentrismo subjetivista, un funcionamiento estructural basado por defecto en la implantación de las relaciones de poder, que han sustituido a las relaciones que hacían posible la coexistencia de cualquier ser humano con algo exterior a él.

De hecho, el anti-realismo, el egocentrismo y el poder sobre lo otro, sea lo que sea, forman un pack indisoluble, que tritura la realidad. Los tres componentes, tienen el mismo fundamento, que consiste en la violencia contra aquello que sea algo en sí mismo, diferente del propio sujeto.

La esencia del poder consiste en que, quien lo ejerce, pretende siempre hacer prevalecer su propia existencia sobre cualquier otro ser o cosa que exista de suyo. Triunfa cuando consigue existir solamente él privando de existencia al oponente que elija. Fracasa si, al no conseguirlo, su objetivo continúa pudiendo existir o haciendo existir aquello que en sí mismo sea.

El poder aspira a existir sobre la naturaleza, sobre la realidad, sobre todo límite que se le pretenda imponer y contra toda dificultad que se le oponga, o, dicho en otros términos, pretende existir en libertad absoluta, lo cual conlleva que todo lo demás se lo permita a base de sacrificar su propia existencia. Éste sacrificio puede consistir en anularse, acomodarse, transformarse, aislarse, someterse, o cualquier otra modalidad auto-dañina, lo cual equivale a suprimir aquello que uno sea realmente o dañar la propia naturaleza.

Ahora bien, tales formas de auto-sacrificio comprometen la realidad del ser que las efectúe. Son sacrificios del propio carácter real que conviene a la naturaleza humana, lo cual inyecta en la persona áreas deficitarias de realidad, es decir, irrealidades.

No obstante, el anti-realismo inherente al poder ejercido sobre una persona, no solo genera irrealidad localizada en ésta, sino que dicha irrealidad se convierte en un nuevo foco de producción de irrealidad, aunque ocurriera solamente por mera imitación de modelos.

Si, como ocurre actualmente, no solo hay personas ejerciendo poder sobre otras personas, sino que los propios dogmas fundamentales de la civilización son anti-reales; antropocéntricos; de legitimación del poder y tecnológicos, se extiende la irrealidad poblacional de forma epidémica y paulatinamente en modalidades cada vez más graves.

Hacer frente a dicho estado de cosas, al igual que hacer frente a los problemas de irrealidad que cada persona pueda padecer, solo tiene un camino: recuperar la realidad, redescubriéndola de nuevo, y disponerse a invertir algo de tiempo en la propia realización personal.

4 Comments
  • Sergio Delgado on 25/11/2017

    Hola Carlos. Muy interesante este debate, que debería estar presente en las facultades. Sigue siendo una pena los enfoques que predominan en psicología, sobre todo el que se imparte en las universidades y sigue dando igual a los que supuestamente son los eruditos en esta disciplina, la diferencia que hay entre el marco teórico de la formación que se hace en la carrera con lo que luego, los profesionales que se dedican a consulta clínica, terminan ejerciendo. De toda mi promoción que se han dedicado a consulta nadie conozco que siga el paradigma cognitivo-conductual, y a pesar de eso, sigue predominando en la «formación reglada» de los profesionales. Ahora, para darle una nueva imagen y admitir aunque sea de forma indirecta, que no funciona este enfoque y que cuando se sale de la carrera se está ciego para ver los problemas psicológicos, se han inventado las llamadas «terapias de tercera generación», que suena más moderno y que parece «el enfoque definitivo», como un paso más allá para mejorar aquello que no funcionaba, pero que por lo que conozco es más de lo mismo. Se sigue centrando en la conducta y un poco en la persona (sus emociones), desde esa subjetividad que señalas, pero sin mirar nada hacia la realidad. Un saludo

    • Carlos J. García on 08/12/2017

      Cualquier enfoque de la mente humana que niegue la propia mente humana, puede ser cualquier cosa menos «el enfoque definitivo», salvo que de lo que se trate sea de acabar con ella, con el efecto colateral de generar todos los problemas mentales imaginables. Está claro que si se niega la mente, las nociones de realidad, irrealidad y anti-realismo, son, las tres, iguales entre sí, y se quedan en nada. No sé cómo se puede hablar de terapias sin caer en la cuenta de que las ideas humanas pueden ser objetos puros sin correlato real y pueden configurar creencias que estén en la base de cualquier tipo de alteración mental. Gracias por tu comentario.

  • mariamcasares on 03/12/2017

    ¡G R A C I A S !
    Me ha ayudado muchísimo.Impresionante.

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