Blog de Carlos J. García

La revolución de la verdad

La revolución de la posverdad no es una revolución nueva. Las creencias poblacionales que mueven a las grandes masas, dándoles gato por libre, constituyen la causa más potente de los sucesivos estados del mundo desde hace mucho tiempo.

La posverdad no es más que una mentira que la gente cree como si se tratara de alguna verdad, y, por el hecho mismo de creerla, se convierte en sujeto de lo que hagan a partir de ese momento.

Casi exactamente eso mismo es el pragmatismo, si bien, con la diferencia de que el pragmatismo estipula que una idea es verdadera si es útil, lo cual deja abierta la posibilidad de que, en alguna ocasión, también pueda ser verdadera aparte de útil.

La utilidad de la posverdad se encuentra especialmente asociada a la mentira, lo cual la define como una mentira útil, pero, ¿qué mentira no lo es o trata de serlo?

Percibo que los grandes medios de comunicación emiten posverdades potenciales a diestro y siniestro, coincidiendo entre ellos, hasta el punto de que parecen simples clonaciones de un mismo original fabricado por quienes los dominan.

Por otro lado, ya me quedan pocas dudas de que la inmensa mayoría de las revoluciones se han efectuado por medio de posverdades y, la que actualmente vivimos, no iba a ser una excepción.

Es decir, no es que la posverdad constituya una revolución nueva, sino que es una revolución instrumental que se produjo hace muchos siglos para producir y gestionar las revoluciones.

En la actualidad, las capas de mentiras acerca del pasado, del presente y del porvenir, que se pretenden convertir en posverdades, como cimientos revolucionarios de la población, van tapando las verdades para meterlas en un pozo del que nunca puedan llegar a salir.

En su fabricación se emplean todas las malas artes posibles de cuanto se pueda hacer con las ideas verdaderas para que estas no lleguen a ver la luz:

Se da por cierto lo que no es más que una de entre muchas hipótesis posibles; se da como verdad el exclusivo juicio de una de las partes implicadas; a posteriori se buscan los argumentos que justifiquen los dogmas que se quieren implantar; se ofrece la apariencia de que lo que se dice es fruto de una investigación exhaustiva; se ofrece información superficial ocultando la información sustancial que modificaría el significado de esa capa superficial; se silencian testigos fundamentales y se da voz a sujetos que ni siquiera lo son; se hace creer que lo que se dice lo comparte la mayoría de la población; se inventan relatos sobre la historia que nada tienen que ver con la historia verdadera; se hacen cien entrevistas a personas de la calle y solo se exponen al público unas pocas que son las que interesan al comunicador para sus fines; se efectúan comparaciones arbitrarias entre dos estados de cosas relativos, con la finalidad de hacer aserciones absolutas acerca de uno de ellos; se interpretan las estadísticas en la dirección que convenga a quien las encarga; se elaboran distopías para benignar el tiempo presente; se oculta información fundamental necesaria para que la gente sea consciente de su progresivo empobrecimiento; en fin, la lista es inagotable.

Todo eso, que generalmente se hace pasar por información, va transformando a la población como un martillo que esculpe sus creencias y su comportamiento en un sentido que sistemáticamente coincide con su perjuicio.

La maquinación que subyace a este modo de revolucionar el mundo emplea la mentira como medio para conseguirlo, pero lo malo es que lo que está fabricando es un mundo de mentira en el que mucha gente cree que es de verdad.

Podría tratarse de un castillo de naipes que tarde o temprano se derrumbe como ocurre en los desengaños, afectivos y de otros tipos, pero para que eso pudiera ser así, las personas tendrían que conservar un cierto sentido de la realidad, la cual es puesta en cuestión como el principal objetivo a batir.

Si la realidad, como se trata de hacer creer, carece de importancia, de valor y de solidez alguna, e, incluso, simplemente no existe, y solo existe lo que crea cada cual o la mayoría poblacional engañada, resulta improbable que lleguen a ocurrir grandes desengaños.

En este estado de cosas, en el que las revoluciones nos han ido metiendo bajo capas y capas de posverdades hasta llegar a establecer un estado artificial de cosas previsiblemente permanente, lo mejor sería iniciar una revolución de signo contrario que es relativamente sencilla: por un lado, despreciar las fuentes que propagan posverdades, y, por otro, reactivar nuestra curiosidad acerca de todos esos asuntos que más tratan de ocultarse bajo ellas.

Cuando la propaganda es tan intensa como la que ahora padecemos, y tan machacona sobre determinados puntos de su programa, se nos ofrecen en bandeja los focos en los que resultará más fértil la investigación, por nuestros propios medios y acudiendo a fuentes completamente diferentes, como, por ejemplo, la lectura de autores que los medios tratan de silenciar. Se trata de una pequeña revolución que consiste en hacer todo lo posible para conocer la verdad.

2 Comments
  • Ignacio Benito Martínez on 24/02/2018

    Hacer del mundo un escenario artificial en el que cada habitante viva como si fuera el protagonista del «Show de Truman» no parece tarea nada fácil. Es más, pienso que sin el absoluto control de los medios de comunicación que llegan a toda la gente, esto no se podría conseguir.
    Estoy llegando a pensar que no hay que creerse nada como verdadero hasta que no esté completamente demostrado que es verdad.
    Llevo tiempo constatando que mienten niños de 5 años, de 7, etc. Si en este mundo se aprende a mentir tan temprano, da la sensación de que lo van a seguir haciendo a lo largo de sus vidas. En fin, alucinante el tema, ya que en épocas recientes ni se nos pasaba por la cabeza mentir a nuestros padres, profesores, etc.

    • Carlos J. García on 24/02/2018

      Los niños prqueños a veces mienten como si fuera de modo experimental, para examinar ese modo de conducta, su capacidad para hacerlo, como un juego, etc., y, tambien lo hacen en legítima defensa cuando son tratados injustamente. En tales casos la mentira no tiene una función maliciosa, sino de utilidad para su supervivencia. No obstante, lo más frecuente no es que eso arraigue de modo estable, sino que quede como mera posibilidad a emplear en ciertas situaciones. Otra cosa son los niños a los que se les enseña que todo vale, incluído especiamente el engaño, para lograr lo que quieran, y que esto es lo que han de hacer. En cuanto a lo del show de Truman, la película de hecho transcurre en un enorme escenario que es un «gran hermano» televisivo. En cuanto a que no hay que creerse nada como verdadero, creo que es obvio en cuanto a los mensajes que recibimos desde el exterior, sobre todo, sin examinar las fuentes, pero no en cuanto al conocimieno bien hecho por uno mismo.

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