Blog de Carlos J. García

La inercia delirante de la cultura de masas

Aquello que nos mueve a cada uno de nosotros son nuestras propias creencias, y, en función de cuáles sean, nos moveremos plasmándolas en nuestras acciones.

Indagando en la diferencia primordial que hay entre ideas y creencias para explicar el hecho de que las primeras carezcan del poder de esculpir nuestras acciones, a diferencia de las segundas que sí lo poseen, encontramos que éstas poseen un fuerte vínculo con nuestra propia existencia.

Cuando creemos una idea acerca de algo es porque, en general, damos por hecho que aquello existe o existirá, mientras en caso contrario la dejaremos en una mera idea carente de valor.

Es obvio que dicha diferencia procede del valor intrínseco que tienen, nuestra propia existencia, y la existencia del lugar en el que la llevamos a cabo.

Las ideas sin correlatos existentes carecen del valor que aportan dichos correlatos a las ideas que sí lo tienen, de ahí que aquellas sean poco menos que basura virtual que estorba o perjudica a la propia existencia.

De hecho, cuando creemos que una idea tiene correlato existencial sin que de verdad lo tenga, las cosas se pueden complicar mucho.

Ahora bien, dado que nuestra existencia principalmente es coexistencia con un entorno social, uno de los factores más relevantes implicados en ella es el contexto social en el que vivimos.

Poniendo nuestra atención en dicho contexto, una de sus dimensiones más importantes es la atmósfera informativa y cultural que lo caracterice.

Dicha atmósfera es, ni más ni menos, un potente sistema de referencia exterior compuesto de creencias, mayoritariamente compartidas por la población que vive sumida en él.

Hace no demasiado tiempo, con una mayor fragmentación de la sociedad en diferentes contextos sociales, no era difícil encontrar diferentes atmósferas sociales en diferentes entornos existenciales. En la actualidad, por el contrario, las diferencias que podemos encontrar son más fuegos artificiales que otra cosa.

El consenso de creencias nucleares debido a la presión atmosférica de índole informativa es especialmente intenso, no solo en cuanto a los tipos informativos, sino también en lo relativo a la discriminación social que se efectúa sobre aquellas personas que creen ideas diferentes.

Las personas se tienen que conformar y adaptar cada vez más a ese “pensamiento único” si no quieren quedar marginadas de amplias regiones de existencia social.

Este hecho se nota especialmente en la juventud, etapa en la que la integración social  es más imperativa, debido a la menor fuerza sustantiva y a la más frágil identidad personal de que se dispone en esas etapas, que adolecen de la madurez necesaria para equilibrar la relación «yo — mundo».

Ante una atmósfera social imponente, a muchos jóvenes les aterra presentar diferencia personal alguna que ponga en riesgo su coexistencia con sus pares de edad o con los entornos laborales a los que hayan de integrarse.

Así se entiende que las creencias dominantes se extiendan como la espuma de una cerveza caliente. Si la propia coexistencia está en riesgo por discrepar de aquello que “se cree”, las propias creencias diferentes son sometidas a criba por el propio cerebro, que las sustituirá por las creencias que hagan posible la propia coexistencia en el mundo.

Este tipo de escenario no es muy diferente de cualquier otro en el que exista un fuerte poder imperando sobre una sociedad, que pasa de presentar una relativa diversidad de entornos culturales, ideológicos o grupales específicos, a la unicidad de creencias impuesta por la ideología que adopte.

En tales condiciones, la mayoría de la población se convierte al nuevo sistema de creencias y a la nueva forma de existencia que el actual poder disponga, sin tener conciencia alguna de que su transmutación procede de la necesidad de creer lo nuevo para apuntalar su propia viabilidad existencial.

Una parte menor de la población dará la imagen ficticia de acomodarse a tales creencias guardando a buen recaudo las suyas propias, lo cual, por otro lado, mermará su auténtica existencia.

Solo una mínima parte hará examen de las creencias propias en contraste con las nuevas, examinará el carácter real de unas y de las otras, y hará existir las más reales que detecte aun cuando eso conlleve dificultades en su coexistencia. Este último grupo suele estar constituido de personas de más edad.

Por todo lo dicho, las nuevas ideologías intensifican su propaganda con niños, adolescentes y adultos jóvenes, cuyas necesidades existenciales, no solo son mayores, sino que dependen en mayor medida del entorno social en el que viven.

El colmo de todo esto llega cuando la propaganda consigue convencer al grueso de la población, de que los niños y adolescentes son las nuevas autoridades que deben prevalecer sobre las antiguas, ya fueran padres o maestros, lo cual, por cierto, no es una novedad pues ya se vio en algunos de los escenarios tiránicos a los que antes hice referencia.

La vitalidad sustantiva que poseen las creencias a diferencia de las simples ideas, procede de su conexión con la existencia, pero esa es solo una de las dos patas en las que deben fundarse las creencias.

La otra es la propia realidad. La confusión, extendida incluso a ámbitos filosóficos y científicos, entre la realidad y la existencia, es de enorme gravedad.

Cuando una persona cree algo por el simple hecho de que eso puede favorecer su existencia, dando la espalda a la realidad, a lo que es, a la verdad, a lo que es bueno, etc., inicia un camino muy peligroso, que es el germen de todo sistema delirante de creencias.

Pensemos por un momento en que nos creamos cualquier idea que nos haga felices, nos facilite la vida, nos haga muy populares, nos sirva para salir en las pantallas, o, simplemente, que nos haga sentir más fuertes o poderosos… En ese mismo momento empezaremos a recorrer el camino que conduce a adaptar todo nuestro sistema de creencias previo a la nueva idea que tanto favorece esa nueva “existencia”.

Hagamos eso mismo de forma colectiva y pondremos una sólida base para que todos sustituyamos la razón por un único delirio colectivo.

2 Comments
  • Francisco on 11/04/2018

    Gran artículo Carlos describe perfectamente uno de los dramas actuales, nada que añadir ni objetar. Gracias

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