Blog de Carlos J. García

La hipocresía social

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La capacidad de fingir del ser humano se encuentra extraordinariamente desarrollada. Actitudes; estados; condiciones; cualidades; sentimientos; emociones; modos de ser; creencias… Toda propiedad, cualidad o condición humana puede ser falsificada, como tantas otras cosas que se falsifican para ser vendidas como si se tratara de originales.

No obstante, la capacidad de fingir de nuestra especie parece encontrarse repartida de forma muy desigual entre sus miembros. Entre quienes no paran de fingir y quienes no fingen nada, nunca, se dan todas las posibilidades.

La hipocresía consiste en una autenticidad escasa o nula. Consiste en generar falsas apariencias para tratar de hacer caer en engaño a quien las perciba. Forma parte de las tácticas de hacer creer ideas falsas acerca de aquel que las genera.

Cuando se considera individualmente, en caso de ser detectada, suele retirar el crédito, la reputación o el prestigio, de quienes la practican.

Cuando ocurre tal desenlace, quien la haya detectado dejará de creer cualquier cosa que emita el hipócrita, lo cual es lo que más puede temer, y, precisamente por eso, la práctica de la hipocresía suele  hacerse con esmero.

De hecho, en ese mismo orden individual, la hipocresía no suele ser detectada. Suele estar al mismo nivel de dificultad que las mentiras emitidas por expertos.

La hipocresía individual se practica, necesariamente, en relaciones interpersonales o sociales, pero hay que diferenciarla de la hipocresía social propiamente dicha.

La hipocresía, entendida como característica de una sociedad, adquiere significados que no son fácilmente explicables.

Todo orden social contiene un amplio sistema de usos sociales, que son cauces de conducta que sirven para que discurran las relaciones de personas que no se conocen recíprocamente. Se trata de formalidades, dispuestas para abrir posibilidades de relación, que faciliten las interacciones entre desconocidos. De no haber usos sociales tales relaciones serían bastante más difíciles de llevar a cabo, sobre todo por la imprevisión asociada a interaccionar con alguien totalmente desconocido.

Ahora bien, hay que diferenciar los usos sociales como puertas destinadas a abrir posibles relaciones, en las que las personas se irán conociendo recíprocamente hasta poder prescindir de los mismos, de ese otro tipo de formalidades destinadas a que las personas permanezcan ocultas, unas de otras, que son las que dan forma a la hipocresía.

Una sociedad hipócrita es aquella en la que prevalecen usos sociales sobre la mayoría de las relaciones, hasta el punto de que su ejercicio puede llegar a ser prácticamente obligatorio para todos los integrantes, y cuya finalidad es sostener una gran apariencia falsa de que aquel sistema social tóxico es una sociedad ejemplar.

Visto desde ese punto de vista, una sociedad tóxica no es propiamente una sociedad definida por una finalidad buena, al estilo aristotélico[i], sino de un orden social que permita alguna forma de convivencia de los integrantes de una población bajo la apariencia de ser bueno.

Lo normal es que las sociedades se formen por agregación de grupos de menor tamaño, familias, etc., para tener una vida mejor que la que tendrían por separado. Por lo tanto, es difícil explicar la emergencia de una sociedad hipócrita.

Una hipótesis verosímil es que, su origen, consista en la existencia de una población con una imperiosa necesidad de adquirir una forma de organización, que permita su propia viabilidad existencial con independencia total de quiénes sean, o cómo sean, sus componentes.

Es posible que tal necesidad provenga, precisamente, de que la población de origen albergue niveles muy elevados de violencia, esté privada de formas elementales de moralidad individual, etc., con la previsión de que, caso de no estructurarse en un formato social, acabe autodestruyéndose.

La formación de una sociedad tóxica no incide sobre la condición original de sus integrantes, no les aporta mejoría alguna en el orden ético, sino que conserva sus niveles previos de violencia intrínseca, canalizándola por derroteros menos manifiestos, e, incluso, ocultos.

Entonces, es cuando parece imprescindible que dicha sociedad adquiera usos sociales que le permitan ocultar sus propios rasgos originales mediante falsas apariencias que la embellezcan artificialmente, es decir, mediante hipocresía.

Es posible que Aristóteles tuviera razón, al distinguir entre las sociedades que tienen como causa final de su constitución, el bien, de aquellas otras que carecen de dicho fin y se limitan a hacer posibles formas de convivencia que, simplemente, aparenten moverse por el mismo fin.

Al margen de esta hipótesis explicativa, parece obvio que una sociedad es tanto más tóxica cuanta más hipocresía contengan sus formas de relación, y lo será menos, cuanto más sirvan sus formalidades de relación a la apertura de relaciones que faciliten el conocimiento recíproco de sus integrantes.

Ahora bien, la verificación de los usos sociales es tanto más obligatoria cuanto más hipócrita sea la propia sociedad, hasta el punto de que, los integrantes de una sociedad de ese tipo, tenderán a ser excluidos o marginados de la misma, si se atreven a hacer sus relaciones interpersonales exentas de hipocresía.

Parece que, en cualquier caso, la ausencia de moralidad es sustituida por la hipocresía, es decir, es tan importante que si no se tiene resulta necesario aparentarla.

 

[i] ARISTÓTELES; Política; introducción, traducción y notas de Manuela García Valdés; Editorial Gredos, S.A., Madrid, 1988  (ARISTÓTELES, P)

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