Blog de Carlos J. García

El problema de la intermediación

La intermediación consiste en que se pongan un montón de factores que impiden la relación directa del individuo con las cosas, la cual ha llegado a tal punto que se puede considerar uno de los mayores definidores de la era que vivimos.

La experiencia directa de las cosas por cada ser humano está siendo prácticamente imposible.

En torno a cada uno de nosotros hay tal maraña de barreras, obstáculos e intermediarios, que impiden que entremos en una relación directa con lo que de verdad hay más allá de tales impedimentos, que la dependencia del exterior y la impotencia propia, se han convertido en una penosa costumbre.

Los factores intermediarios  cumplen papeles de todo tipo: representación,  delegación, información, formación, curación, adquisición, transporte, construcción, fabricación, producción, gestión, simbolización, empleo, educación,…, unos están relacionados con las acciones, otros con el conocimiento y la información, otros con la valoración, etc.

Algunos de ellos se podrían considerar relativamente necesarios o, al menos de cierta utilidad, pero todos generan un mayor o menor grado de dependencia del exterior y, dependerá muy seriamente de quién controle la intermediación, para que la misma se pueda convertir en un arma de extraordinario poder sobre el individuo.

Al fin y al cabo, la clave de la mayor parte de este hecho reside en una delegación en el poder, inhibiendo la capacidad del individuo en áreas muy diversas, siendo este ejercido por otras instancias que no son el propio interesado.

La arquitectura social está toda ella basada en las relaciones intermediadas y es prácticamente imposible vivir sin caer en un mayor o menor número de ellas.

Examinar dichas relaciones de intermediación y los agentes en los que recaen no debería ser considerado una pérdida de tiempo, teniendo en cuenta que toda delegación funcional, por muy cómoda que sea, no deja de tener un doble peligro: la atrofia de las propias facultades y el daño potencial que puede producirle a la propia persona cualquier delegación imprudente de su propia autonomía.

Vivimos en una cultura de productos preparados; representantes políticos; herramientas comercializadas; vestidos; cirugías; medios de comunicación; intermediarios financieros, laberintos legales; dinero; políticas educativas; políticas científicas; representantes comerciales; publicidad; informática; internet; envoltorios; abogados defensores, etc., pero, sobre todo, envueltos en información de la que no podemos contrastar prácticamente parte alguna y que ha sido producida y transmitida por otros a los que, en general, no conocemos.

El poder que recae en aquellos sujetos a los que se les delega la tarea que sea, puede llegar a ser inmenso, pero no olvidemos que siempre se tratará de un poder cuyo objeto somos nosotros mismos.

El hecho es que la mayoría de los individuos dejan de tener relación directa con las cosas reales y son suplidos por la intermediación del propio sistema social que, en última instancia hace depender a todos y cada uno de todos los demás.

Ser intermediario y ser intermediado es la doble condición del rol de ciudadano que se ha extendido como una mancha de aceite en el mundo contemporáneo.

Ahora bien, este hecho donde resulta más peligroso es en todo lo relativo al conocimiento y a la formación de creencias. Y aquí caben dos preguntas: a) ¿Quiénes ejercen el poder sobre la intermediación en el conocimiento y la generación de creencias y de qué modos lo ejercen? y, b) ¿Es la intermediación el sistema idóneo implantado por y para el poder mismo?

Al final, toda actividad humana se basa en la formación de creencias, que, en su mayor parte, no se funda en el propio conocimiento directo de las cosas, sino en los mensajes que recibimos de otras personas acerca de las cosas, disponiendo solamente de enunciados emitidos por intermediarios.

Si el engaño ha sido siempre un peligro, hoy en día parece haberse convertido en algo de mucha mayor consistencia hasta poderse constituir como la trama básica que infraestructura la vida cotidiana del ciudadano moderno en sociedades intermediadas hasta la saciedad.

Cuando individuos reales cobran conciencia del lugar en el que viven, de lo que se ven obligados a hacer; de lo que se les impide hacer; y de todo lo importante que les resulta directamente inaccesible, casi todo ello gestionado por un inmenso poder, especialmente inaccesible, toman conciencia de que están inmersos en una atmósfera que atraviesa transversalmente sus voluntades, incidiendo ortogonalmente contra sus principios y sus facultades, y mermando hasta el extremo sus posibilidades de realizarse en contacto directo con la realidad.

La intermediación masiva y obligada en la inmensa mayoría de las actividades, va colapsando la autonomía y la independencia de cada persona individual, como si formara parte del preciso mecanismo de un reloj en el que, cada una de las piezas, carece por completo de sustantividad propia y se encuentra ciega frente al propio reloj y al incognoscible relojero.

No obstante, en esa ceguera hay que incluir una forma de oscuridad de conciencia que puede llegar a ser muy peligrosa. Se trata de que todos los participantes, a excepción del sujeto de poder, ignoran los por qué, los para qué y las consecuencias, de las propias acciones.

De todas las condiciones que hicieron posibles los crímenes del nazismo en el siglo pasado, Zygmunt Bauman[i] destacó precisamente la inmensa burocracia que articulaba una sociedad perfectamente ordenada, en la que cada persona era una pequeña parte en absoluta dependencia de dicho sistema, inserta en una cadena de mando, en la que ignoraba las razones y los fines de sus propias acciones.

De hecho, las personas estaban tan intermediadas que no eran conscientes de nada de cuanto ocurría como consecuencia de lo que les hacían hacer y de lo que les prohibían hacer.

¿Qué ocurre entonces en tales condiciones?

Se trata de las condiciones idóneas para que se produzca la despersonalización y la desrealización de cada uno de los participantes insertos en tal sistema.

En la primera alteración (despersonalización) cada individuo va sufriendo la escisión entre la conciencia de sí mismo y la propia sustantividad, quedando en él la conciencia reducida de ser una cosa sin esencia sustantiva.

En la segunda, (desrealización), la percepción del mundo circundante no incorpora a los sujetos que actúan en la producción de los hechos, por lo que se percibe la sociedad como si se tratara de un escenario mecánico no dependiente en absoluto de la voluntad humana en la producción de actividades.

Ahora bien, ambas formas de conciencia pueden tener dos orígenes diferentes. El primero, es el de una persona que padece un serio problema mental desarrollado en un contexto familiar, del que se derivan dichas anomalías de manera concomitante al mismo. El segundo, es el que ocurre cuando verdaderamente la sociedad es una máquina de la que uno mismo forma parte.

En este último caso, no es que se distorsione la conciencia de uno mismo por el problema interno que padece, sino que dicha conciencia recibe lo que verdaderamente ocurre en esa determinada estructura social.

La automatización de cada ser humano dentro de una maquinaria social, consiste en que cada individuo actúa mecánicamente incrustado en una sociedad, que no es más que una máquina de mayor tamaño que él, que se mueve por inercia.

En síntesis, la idea del animal-máquina de Descartes, aplicada al hombre por La Mettrie en el siglo XVIII, pasó de ser una simple idea aberrante a convertirse en lamentable actualidad, mediante la edificación de sociedades con elevada eficacia para la demolición de la esencia más crítica de las personas que, dentro de ellas, dejan de serlo.

 

[i] BAUMAN, ZYGMUNT; Modernidad y Holocausto; trad. Ana Mendoza; Ediciones Sequitur; Toledo, 1997

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6 Comments
  • Ignacio Benito Martínez on 01/03/2018

    Muy bueno, el otro día pensaba en esto mismo, que un tema de armonía musical, no era como me lo habían contado, hasta que lo experimenté con los propios instrumentos… experimentar por uno mismo parece muy diferente a que te lo cuenten.

    • Carlos J. García on 01/03/2018

      Me alegro de que te dieras cuenta de la diferencia, aunque hay muchísimas cosas que no están a nuestro alcance y no podemos hacer lo mismo.

  • Francisco on 03/03/2018

    Que importante es lo que planteas, es una situación en donde hay que estar despiertos, preguntarse y preguntar, hacer una labor de investigación a modo de Sherlock Holmes sin importarte hacer preguntas por muy penetrantes que sean, y estar continuamente dudando de lo que tienes delante. Gracias Carlos.

    • Carlos J. García on 04/03/2018

      En cualquier caso, antes de preguntar a otros, lo que conviene es hacerse las preguntas a uno mismo y emplearse en la tarea de responderlas. Gracias a ti.

  • Nacho on 03/03/2018

    Hola Carlos. Estoy de acuerdo pero no es nuevo. Solo quisiera añadir o contextualizar alguna idea si me permites (más por desahogo que por otra cosa jaja).

    La forma de ganarse la vida ha cambiado radicalmente. El concepto de prosperidad o de progreso esta prostituido porque olvida las necesidades reales del ser humano. Pretenden reducir como dices al individuo a una pieza de una gran maquinaria social. No es de extrañar que la psicología actual se centre en engañar al individuo para convencerle de que el valor integración/adaptación (en esa maquinaria) hará de nosotros personas felices. Y mucho más sintomático de esta cosificacion del individuo es su reducción a «células » biológicas que han de ser reparadas químicamente para volver a funcionar correctamente, de la misma forma que una pieza de una máquina es reparada o reemplazada (a este propósito me viene el manido mantra social de que «nadie es imprescindible»).

    El ser humano libre, independiente, creador, constructivo, real, humilde, volcado a conocer, es un «virus» en este matrix. Matrix ha de vacunarse contra él. Por eso, esos pocos individuos son, o excluidos directamente de la programación del resto vía denigración (tachándolos de friquis, nerds, extravagantes, bohemios, raros, «filósofos», ascetas, visionarios, chamanes, inadaptados, etc), bien indirectamente mediante su endiosamiento («grandes genios») y por tanto deshumanizándolos para el resto (el gran genio es una absoluta excepcionalidad y por tanto fuera del alcance del individuo común).

    Esa programación del resto incluye, a mi modo de ver: hiper-especialización y la intermediación subsecuente (necesaria para la eficiencia de la máquina), engaño ideológico (necesario para detraer el poder que el individuo tiene sobre sí) y una ingente industria de evasión (química, de información y espiritual -religiones-) necesaria para impedir la reflexión y calmar la ansiedad. Este es el escenario social y, el deber y meta de todo individuo, es estar integrado si quiere ser feliz.

    Fuera de esas estipulaciones, si quieres ganarte la vida solo queda retirarse y vivir de un huertecito. No es mala solución.
    El fenómeno de urbanización y de la consecuente especialización que comenzó en el siglo XII nos ha llevado hasta aquí. Así que hay que ruralizarse y volver al contacto directo con la naturaleza. Lo bueno es que ahora hay mucho sitio!

    Un abrazo Carlos y mil gracias por compartir tus reflexiones

    • Carlos J. García on 04/03/2018

      Solo precisar que la salida de la «ruralización» para tener relaciones directas con las cosas, la naturaleza, etc., también la han complicado mucho: Control administrativo de la independencia energética mediante energías renovables; mediación de un arquitecto y/o aparejador para hacerte tu propia «casa»; control administrativo para tener cualquier tipo de animal: perro, gallinas, cerdos, vacas o cualquier otro; obligación de control veterinario de los mismos aunque no sean para comercializar; problemas de desplazamiento que en la práctica obligan a disponer de un vehículo propio, que ha de pasar múltiples controles; se fabrican de forma que ya no los pueda reparar el propio usuario, sino la marca; exámenes, controles de todo tipo para mantener el permiso de conducir; prohibido recoger nada del campo, aunque sean ramas caídas que constituyan riesgo de incencios; prohibido hacer fuego para quemar rastrojos sin permiso expreso, asar carne o preparar cualquier comida que deba ser cocinada; producir un simple queso con la leche de unas cabras te pone bajo el mando de otros; necesidad de disponer de internet para cumplir múltiples obligaciones con la administración; etc. Si te vas fijando prácticamente todo cuanto se te ocurra hacer con la simple finalidad de vivir, está intermediado por el estado y por las gandes compañías de servicios y, por lo tanto, en todo han de intervenir otras pesonas, que sean los expertos, los que autorizan, los que saben… Por supuesto, en una ciudad todo esto ni siquiera se plantea como mera posibilidad. La confianza en las personas que han sabido vivir a lo largo de siglos mediante su propia experiencia con las cosas, ahora mismo es nula y, no parece que sea algo recuperable sino que se está asumiendo como lo normal.
      Muchas gracias ti por tus comentarios y precisiones.

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