Blog de Carlos J. García

El juicio social sobre la identidad personal

Hace tiempo a muchas personas les preocupaba el “qué dirán”, es decir, las murmuraciones. Entonces no había redes sociales, ni se podían publicar fotos o vídeos, con la finalidad de que una persona fuera juzgada mal por un amplio número de individuos.

Actualmente todo el que lo desee tiene a su alcance la tecnología que puede servir a tal fin y la mayoría sabe perfectamente qué contenidos o imágenes son los que, por estar de moda o por otras razones, serán interpretados de forma negativa o positiva mayoritariamente por quienes los reciban.

Así, escenas que violan la intimidad, opiniones emitidas, fotos, composiciones artificiales, o cualquier otro objeto, pueden exponerse públicamente en contra de la voluntad de la persona a la que se refieran o, directamente, con la finalidad de hacerle daño.

Cuando a la gente le preocupaba el qué dirán, el criterio de juicio que temían fundamentalmente era de índole moral y en bastante menor medida de tipo estético, por lo que era bastante fácil para quienes lo desearan eludir las murmuraciones condenatorias.

En la actualidad la apariencia es que hay múltiples criterios de juicio posibles en función de la amplia variedad de grupos o asociaciones, aunque es posible que el denominador común sea el que sustente el poder que impere en el escenario en cuestión.

En este terreno, el poder se especifica por la cantidad de opiniones que respaldan a un sujeto o un determinado juicio sobre alguien, y, por lo común, el ataque informativo toma por objetivos a quienes no participan de dicho poder, no le sirven o no se acomodan a sus determinaciones.

No obstante, dicha mecánica funciona igual cuando al poder le interesa ensalzar a alguien, ya sea por su imagen, ya sea por algo que haya hecho, haciendo confluir un aluvión de opiniones favorables sobre el objeto elegido.

Los juicios a favor o en contra de alguien son implacables, clonados en su inmensa mayoría y destinados a benignar o a malignar la identidad personal del objetivo.

Obviamente suelen ser juicios irracionales, totalmente contrarios a los que produce la recta razón, sin argumentación sólida que los funde, ni análisis pormenorizado de aquella persona o aquella acción que se tome por objeto.

Las finalidades de los grupos dedicados a este tipo de violencia, van directos a favorecer o destruir la existencia de la persona en cuestión, aunque, también, tienen una finalidad primordial de pedagogía social.

Se trata de dar escarmientos a personas concretas que resulten ejemplarizantes y asienten una jurisprudencia popular o social para que todos los que compongan la población se inhiban, frenados por el terror, de emitir sus propias opiniones o llevar la vida que les parezca bien, dentro de un orden legal.

La libertad de expresión de quienes enjuician a los demás según designios de los poderes dominantes sirve o puede servir, al final, para atemorizar a quienes no se sometan a estos, lo cual equivale a una auténtica tiranía social.

Ni la política ni las leyes pueden ocuparse de censurar la libre expresión de información o de opinión e, incluso, en algunos casos la ley puede ser un recurso de defensa para los damnificados, pero pocas serán las personas que pidan su amparo, pues el daño ya se habrá producido y su resarcimiento legal puede llegar a ser tan complejo que en la mayoría de casos no les compensa.

La censura ha encontrado el camino idóneo a través de las redes sociales que son, efectivamente, sociales.

Lo más cómodo para la mayor parte de la gente es aprender, mediante el escarmiento en cabeza ajena, cómo hay que parecer ser, qué hay que decir y qué no, acomodándose dócilmente al moldeamiento que los grupos sociales de poder impongan en cada caso.

En cuanto al daño a la identidad personal y a la existencia de quienes se atrevan a mostrarse como son y a decir lo que piensen, con la disconformidad de quienes mandan, las operaciones son la malignación de la identidad personal y la merma de su existencia o su aislamiento.

Respecto a la malignación de la identidad, se pueden producir muchas operaciones, como, por ejemplo: la simple desvalorización de la persona o de su existencia; el desprecio activo a sus expresiones originales, verbales o no verbales, que no se atengan a los criterios artificiales que se le impongan; la manifestación de actitudes hostiles contra la persona o su existencia; atribuirle en falso a ella una actitud hostil o dañina hacia la propia sociedad, etc.

En lo que se refiere a la producción de daños a su existencia, encontramos operaciones como: coaccionar a la persona para que se someta a modos de ser artificialmente impuestos bajo la aplicación de amenazas; acosarla cerrándole posibilidades de ejercicio de su propia sustantividad; inhibir, impedir o bloquear la producción de su actividad espontánea; forzar la acomodación de la persona o de su existencia a formas o condiciones impuestas que resultan dañinas para ella; someterla a aislamiento comunicacional o impedir que la persona se relacione con otras personas, etc.

Por regla general, el daño a la identidad personal ocasiona, a su vez, aislamiento, merma existencial y reducción de la autoestima, mientras el daño directo a la existencia acaba produciendo el daño subsiguiente a la identidad personal, en términos de su malignación.

Para muchas personas, tales tipos de daño son peores que aquellos que un posible juez les impusiera, si es que llegara el caso, en un juicio justo.

El juicio social sobre los individuos, generalmente desamparados de cualquier tipo de poder, hoy en día es una epidemia que sistemáticamente se cierne sobre la población que se resiste a adaptarse a los formatos que se le imponen desde grupos perfectamente organizados que sí cuentan con dicho respaldo.

Con estos procedimientos, cada vez hay menos opiniones libres y, por tanto, menos variedad de opiniones, sobre múltiples asuntos que pueden ser de interés general. La mayor parte del público opinante constituye una única voz, sobre temas que son profundamente discutibles pero de los que no se puede discutir, lo cual produce la falsa impresión de que toda la población está de acuerdo o conforme con lo que tales grupos emiten.

Viene al caso una pregunta que hace Sócrates en el diálogo platónico Critón: « ¿Debemos nosotros seguir la opinión de la mayoría y temerla, o la de uno solo que entienda, si lo hay, al cual es necesario respetar y temer más que a todos los demás juntos? Si no seguimos a éste, dañaremos y destruiremos aquello que se mejoraba con lo justo y se destruía con lo injusto.    ¿No es así? ».

Cada cual que esté libre de débitos y servilismos al poder, se trate del poder que se trate, debería saber que su propia persona, pensamiento, creencias y existencia, se está convirtiendo en un bien escaso que conviene proteger como si se tratara de una especie en extinción.

Por esa misma condición, su autoestima, en ningún caso se debería ver dañada, ni su identidad personal malignada, por mucho que sea objeto de hostilidad por parte de quienes quieren acabar con ese preciado bien.

En cualquier caso el mayor peligro está en que, de tanto oír y tanto callar, cada cual vaya olvidando quién era, qué creía, qué hacía o qué quería, lo cual impondría una  práctica disolución de su auténtica identidad personal.

Lo malo no es tanto callar o no decir lo que uno piensa, sino que se llegue a atrofiar la preciosa facultad de pensar.

9 Comments
  • Nacho on 23/08/2017

    Hola Carlos. Felicidades por las nuevas entradas.
    El fenómeno de las redes sociales es interesante. Personalmente no me interesan demasiado pero sé que la gente más joven es auténtica carne de cañón sometiéndose al juicio ajeno y conformando sus opiniones según los criterios aceptados y no según sus propios criterios. En general también detecto un sometimiento a ideas absolutamente irracionales impuestas por grupos de poder. Ya no se puede hablar, ni siquiera apoyándose en datos reales, sobre homosexualidad, nacionalismos, religión, culturas, valores, tiranías sociales..y hasta el clima es objeto de polarización social. Obviamente se puede hacer pero te arriesgas a un montón de insultos y a ser aislado como mínimo. Por otra parte emitir una opinión sobre estos temas exige un mínimo espacio que en general las redes sociales no permiten.
    Si a esto le unimos la enorme desorientación fruto de tantos años sometiendo a la sociedad a una masiva información vectorizada por ideologías y a una ingente cantidad de graves mentiras, se comprende la vulnerabilidad de la gente a ser conformada según los patrones que son aceptables para el poder vigente. Pobre de ti si expresas una opinión no aceptada y mucho más si la fundamentas bien: porque no cuenta apenas ya la realidad, la verdad. Solo la realidad social como bien apuntabas en otra entrada. Se trata de una n-esima Inquisición que considera herejías hasta las ideas más sensatas y contrastadas…y si se apoyan en la realidad entonces la realidad está equivocada.
    Además, como en el caso de YouTube, se paga mucho dinero en función del número de visualizaciones. Te podrías caer de espaldas si vieras quienes ganan más dinero a juzgar por sus contenidos. Es un deprimente retrato social.

    En términos de individuo, y no siempre, las desviaciones de la realidad se pagan con un profundo malestar cuyo buen tratamiento devuelve el equilibrio. En términos sociales me temo muy mucho que solo las guerras ejercen ese papel catártico, y por lo visto solo temporalmente. Porque violar la realidad no es gratis. Ojalá me equivoque.
    Gracias por este rincón de cordura y tu atención. un saludo!

    • Carlos J. García on 23/08/2017

      Muchas gracias Nacho. Has expuesto nuevas perspectivas enriquecedoras con toda claridad que mejoran el artículo calando aún más en el problema y precisando la intensidad que va adquiriendo. Un saludo

  • alvaro on 23/08/2017

    Excelente artículo. Sólo puedo dar las gracias. Por cierto, tu libro de novela me ha gustado mucho. Enhorabuena y esperemos que puedas seguir escribiendo relatos, ensayos, novelas o poesía llegado el caso. Un abrazo y gracias de nuevo.

    • Carlos J. García on 26/08/2017

      Me alegro de que te hayan gustado, tanto este artículo como el “El psicólogo”; no descarto escribir algún otro libro, pero creo que no será de poesía. Muchas gracias a ti y un abrazo.

  • Francisco on 24/08/2017

    Hola Carlos. Efectivamente en estos momentos sociales no puedes manifestarte con autenticidad y si lo haces debes aceptar sus consecuencias, pero lo más importante es lo que dices referido a la autoestima y a la identidad personal. La actividad cognitiva y el amor que uno se debe tener así mismo no deben ser dañados. Esto hay que practicarlo y ejercitarlo mucho hasta conseguirlo. Gracias

    • Carlos J. García on 26/08/2017

      En mi opinión, el amor a sí mismo y la autoestima deberían ser proporcionales al grado de realización del propio ser, que creo es la clave de nuestro desarrollo como personas. En cuanto a la actividad cognitiva es lo que más nos caracteriza como especie. Muchas gracias a ti.

  • Miguel on 26/08/2017

    La mayor parte de la población sabe de lo superficial y falso de las redes sociales. En ese mundo artificial, que en realidad utiliza la mayoría de la gente y muy especialmente la gente joven, el que no está activo es que «está muerto», y el que está en ellas lo hace para evitar ese aislamiento (de manera equivocada), o porque realmente cree en ellas. Este último grupo de personas no es consciente de lo irreal de ese mundo. El problema está en esa «mayoría silenciosa» que no se atreve a decir lo que piensa de ellas… bueno, ni de tantas otras cosas. ¿Cómo vivir rodeado?

    • Carlos J. García on 27/08/2017

      La comunicación en las redes no es propiamente personal. Para que lo fuera, la primera condición es que no fuera pública, lo cuál es incompatible con las propias redes. La comunicación personal más relevante se efectúa hablando cara a cara y cumpliendo unos cuantos requisitos como el de que la verdad esté presente tanto en la indagación en común como en la expresión. La presencia de público que observe, generalmente es un estorbo para que dos personas se comuniquen bien. La posibilidad de que los participantes hablen para el público en vez de hablar con y para la otra persona suele convertirse en un hecho. En las redes siempre lo es. Dicho en otros términos los modos precedentes de comunicación se están perdiendo pero no son reemplazables por otros que sean igual de efectivos. Estas nuevas costumbres tienden a aislar a muchas personas, sobre todo jóvenes, que tratan de paliar ese aislamiento metiéndose en las redes cada vez más, lo cual genera un círculo vicioso. Así el nivel de existencia personal efectiva tiende a mínimos lo cual, como toda forma de aislamiento trae muchos problemas psicológicos, familiares, etc. En cuanto a la mayoría silenciosa, tal vez no sería una exageración decir que uno de los factores que expliquen ese silencio, aparte del desencanto, sus propios modos de vida etc., sea una vez más un escaso nivel de interacción interpersonal. Muchas personas viven comunicánodose muy mal o muy poco con las demás y la resultante es ese silencio colectivo que la caracteriza.
      Muchas gracias por el comentario Miguel y un saludo

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