Blog de Carlos J. García

Control y autocontrol

La conducta humana es una resultante de la interacción entre el modo de ser de la persona y la situación en la que se encuentre.

Las propiedades más relevantes del modo de ser, que son suficientes para una definición del mismo, se refieren a la sustantividad y la identidad personal que son los dos factores que constituyen el «yo».

En cuanto a la situación, hay que tener en cuenta varias cosas.

En principio, resulta inadecuado definirla por su topografía en un instante dado, pues, el proceso temporal en el que la persona experimenta las situaciones, incluye marcos temporales de diferente amplitud que contienen elementos pasados, presentes y futuros.

No basta, por tanto, contar con las representaciones que una persona haga de una situación actual, sino que hay que contar, sobre todo, con las expectativas a futuro que se encuentren asociadas a la misma, puesto que tales expectativas participarán en la producción de la conducta.

En segundo lugar, no se puede considerar una situación como un simple objeto inerte con el que la persona se relacione. Al contrario de esto, por regla general, en el entorno y las circunstancias que configuran las situaciones, se encuentran seres vivos, personas, información, leyes, normas, organizaciones, grupos, y multitud de elementos, cuya existencia confiere a las situaciones una geometría de fuerzas que gravitan sobre la conducta personal de muy diferentes formas.

Por tanto, hay que admitir la existencia de múltiples determinantes en las situaciones que experimentamos las personas que, potencialmente, pueden incidir como factores que influyan, en diferentes grados y maneras, sobre la conducta personal.

En la medida en que en las situaciones existan pocos factores (o ninguno) que puedan operar sobre la conducta personal, ésta será explicada exclusivamente por el «yo» individual, sus determinantes internos, sus creencias, su voluntad y sus posibilidades de acción, lo cual conllevaría que el significado de dicha conducta remitiera de forma exclusiva a la personalidad del agente.

En tal caso, se podría afirmar que la persona está haciendo existir, mediante su conducta, su propio «yo», su esencia, a sí misma o, simplemente, su propio ser.

Además, si aun cuando existieran factores sustantivos en la situación diferentes a los personales, potencialmente influyentes sobre la conducta del agente, ésta no se viera conformada por ellos, aquella conducta seguiría siendo propiamente existencial de la persona y, por tanto, su significado se reduciría a la propia esencia personal.

Lo contrario ocurriría si la conducta de una persona, emitida en una situación en la que están presentes factores potencialmente determinativos de la misma, se conformara a éstos, en vez de hacerlo al «yo» de la misma.

En tal caso, la conducta del agente significaría mucho acerca de los determinantes externos, presentes en la situación, y muy poco o nada acerca de ella, con la salvedad de que se podría afirmar que su sustantividad presenta una menor fuerza existencial que la que esté presente en la situación.

Tal vez no haga falta decir que, cuando los determinantes de la persona son los mismos, o al menos, congruentes con aquellos presentes en la situación, se encontrará en una situación similar a aquella en la que no hay determinantes exteriores que puedan modificar su conducta espontánea.

Dicho esto, debemos diferenciar esa conducta espontánea de otro tipo de conducta a la que se podría denominar controlada.

Una conducta será controlada, y no espontánea, cuando sean los determinantes externos presentes en la situación los que la expliquen, en conflicto, con la propia sustantividad personal.

En este caso, la persona verá como la conducta que emite es hetero-controlada por factores causales ajenos, compitiendo con los propios que quedarán anulados.

Tal es el caso, que se da en una elevada proporción, cuando las situaciones que experimenta una persona son generadas bajo condiciones sociales de hipercontrol, regímenes tiránicos, individuos anti-reales, despóticos, etc., que operan con fuertes dosis de coerción, amenaza o chantaje.

Por otra parte, una condición relativamente difícil de comprender, se refiere a la conducta personal que cae bajo la denominación de autocontrol.

Parece que el autocontrol se refiere a la generación de actitudes artificiales favorables a determinados actos del propio individuo y desfavorables hacia otros, de forma que, estas nuevas actitudes sobre los propios actos, supriman la producción funcional de determinadas actitudes presentes que fueron originadas con anterioridad.

Se trata de una de las concepciones que se han puesto más de moda en el mundo moderno-contemporáneo, orientadas al control de las funciones humanas, y, todavía más, la del autocontrol de un individuo sobre sus propios estados, emociones, sentimientos y conductas.

Es tal la difusión que la propaganda hace de tal concepción que, a la mayoría de la gente, le parece de lo más natural oír hablar de adquirir o conservar el control de uno mismo y más aún, el uso de aplicaciones prácticas y desarrollo de técnicas de auto-control. De hecho es uno de los temas más abordados por algunas de las ramas de la psicología moderna-contemporánea.

La idea misma de control lleva implícita la suposición de que hay algún estado o actividad, que se produce o se va a producir; que eso se considera anómalo o indebido; y que se debe hacer algo para impedir que se produzca.

El ejercicio del control presenta una primera faceta de inspección o vigilancia de algo, y, una segunda, de dominio e intervención sobre aquello.

Ahora bien, ¿qué es eso de que una persona se auto-controle? Parece que se trata de que haga o aprenda algo por lo cual, lo que haría de modo espontáneo o sin el concurso de lo que aprenda al respecto, no lo hará o lo cambiará por otra actividad funcional diferente.

Supuesta una conexión entre unos determinantes funcionales y las reacciones, producidas por la interacción de los mismos con ciertos estados de cosas exteriores, se trata de bloquearla con algún procedimiento para que tales reacciones no se produzcan o, en su lugar, queden sustituidas por otras que sean producto de otros determinantes artificiales nuevos.

Se refiere, pues, a una actitud presidida por la voluntad de luchar contra las reacciones que, obviamente están causadas por el sistema de referencia de la persona, en interacción con estados de cosas internos o externos, lo cual implica la existencia de una fuerte contradicción.

Por un lado hay una estructura causal interna de producción de la acción y, por otro lado, una actitud voluntaria de destrucción de la misma originada en su valoración negativa.

Así, la persona produce una acción o reacción, y a la par lucha contra ella tratando de eliminarla o de no expresarla, con independencia del mantenimiento de la estructura causal de su producción. Es decir, la tiende a generar y la trata de destruir simultáneamente.

Si entendiéramos por autocontrol la actitud destinada a la eliminación de las acciones o reacciones que la propia persona considera indeseables, sin atender a la estructura de su producción, entonces el autocontrol no sería sino un ejercicio de violencia de la persona sobre sí misma.

El esquema consiste en que, dada una persona que, en interacción con ciertos estados de cosas exteriores, produce una reacción que se valora negativamente, se interpone un nuevo factor causal que bloquea o modifica la reacción indeseada, sustituyéndola por otra diferente.

Tal factor puede tener su procedencia del entorno, de forma impuesta, pero, también del propio individuo, o que sea admitido por el propio individuo voluntariamente.

En ambos casos, se hace preterición de las creencias y determinantes presentes en el individuo que constituyen la causa interna de la producción de la acción o reacción, y se implanta una nueva condición causal que la elimine o la cambie.

Es algo muy parecido a lo que se hace en algunos tratamientos farmacológicos que se efectúan en psiquiatría, en los que se aporta al cerebro una cierta sustancia que, con independencia de las causas de producción de una cierta actividad de la persona, que es la que se quiere eliminar o modificar, al incidir en el cerebro, actúan como causas eficientes del efecto sintomático buscado, sobreponiéndose a las causas que producían la reacción eliminada.

Por lo tanto, la mecánica del autocontrol consiste en introducir un nuevo factor causal que se oponga al estado causal precedente, sin que éste sea cambiado en cuanto tal. Se trata, por tanto de inhibir el efecto del mismo, operando sobre su efectividad en la producción de la reacción.

Cuando se hace control de una reacción, lo que se hace es destruirla e implantar en su lugar una suerte de artificio. En tal caso, la persona deja de existir mediante esa reacción y merma el monto global de su existencia, lo cual conlleva, en la práctica totalidad de los casos, un incremento de la actividad fundada en el entorno o en factores ajenos al propio ser.

Suponiendo que la acción o reacción, evaluada como mala o negativa, sea efectivamente, una reacción perjudicial para la propia persona, o simplemente mala en general, sin duda, resultaría mucho más razonable investigar, y modificar el factor causal presente en el sistema de creencias de la persona, para que la acción cese, que ignorarlo y contraponer, mediante la simple voluntad, otras causas artificiales que bloqueen su producción.

El problema es que la persona trabaja sobre efectos de causas y no sobre estas mismas causas que producen los efectos indeseables. Si la persona modificara la estructura causal que da lugar a la producción de las reacciones o de los deseos previos a algunas reacciones, tales reacciones dejarían de producirse y no generaría retroalimentaciones del problema.

Parece, por tanto, que el término control  podría ser un sinónimo del término poder, en el sentido de aplicar violencia sobre algo.

Ahora bien, las razones por las que una persona trate de acceder al autocontrol, tras calificar las propias reacciones que pretende controlar como algo malo e importante, son diversas.

Las reacciones pueden ser dolorosas, molestas, antiestéticas, impactar desfavorablemente en la opinión ajena, etc.,  o, incluso, chocar contra los principios morales que la persona alberga en un alterado o confuso sistema de referencia interno.

No obstante, se trate de lo que se trate, es fundamental conocer en profundidad las razones que expliquen la acción o la reacción indeseada para que, la solución que se aplique, no genere más problemas de lo que se trata de resolver, ni dañe colateralmente a la propia persona.

Un buen trabajo con las reacciones que se consideran anómalas pasará siempre por el análisis causal de las mismas, el estudio de su procedencia, etc., y, en su caso, un incremento de la realización del individuo, pero no parece que tenga sentido el mero ejercicio del poder para su erradicación, sin que la propia persona se modifique de algún modo en aspectos esenciales o constitutivos, es decir, en su «yo».

6 Comments
  • Francisco on 02/12/2016

    Yo por mi parte creo que cuando se reprime una función o reacción espontánea es para evitar el rechazo de los otros su mala valoración y cuando esa conducta se emite la consecuencia posterior es un sentimiento de culpa o temor por sus posibles consecuencias mezclado con una sensación de fuerza y autoestima. Conviene, por supuesto, analizar las causas de comportamientos destructivos para uno mismo y para los otros, pero yo creo que lo que más se da es la primera parte de mi exposición; temor a lo otro. Gracias.

    • Carlos J. García on 03/12/2016

      El concepto freudiano de represión se aplica cuando la persona lucha contra la reacción que su propio SRI está produciendo, debido a que valora mal su previsible contestación desde una perspectiva social (como cuando la persona trata de auto-controlar una reacción sexual a causa de que la sociedad le prohíbe tener tal clase de reacción). En la represión existe un deseo sexual o agresivo que la sociedad considera censurable y entonces se reprime la satisfacción del deseo. La consecuencia, de la represión, según Freud, es que aparezca un síntoma que sustituya satisfactoriamente a la satisfacción reprimida, síntoma que puede darse en el sueño nocturno o en conversiones somáticas de tales satisfacciones.
      Ahora bien, otra cosa distinta es la persona que reprime una reacción por la aplicación de un criterio moral plenamente real. En este caso, el problema radica en que dicha persona no tiene correctamente integrado en su sistema de referencia interno el conjunto de creencias de índole moral que le permitirían existir, por un lado, con independencia de las reglamentaciones sociales inmorales, y, por otro, con la convicción de que aquello que hace o que desea hacer se atiene al principio del bien. Gracias a ti.

  • Ignacio Benito Martínez on 02/12/2016

    O sea, que el control que se ejerce sobre uno mismo en el llamado autocontrol, son imposiciones exteriores que la persona cree suyas (curiosa forma de introducirse en la mente de alguien).
    Posiblemente ya lleve gran parte de culpabilidad el creer que de uno mismo salgan cosas que se deban de controlar (actitudes inadecuadas o dañinas). Parece ser que va unido a la idea de que todos tenemos cosas buenas y malas (con lo cual hay gente que quiera controlar las malas).
    Posiblemente quien mejor se controle a sí mismo sea aquel que no tiene sentimientos que controlar.
    Brillante artículo, hay cosas que pone que nunca me había planteado.

    • Carlos J. García on 03/12/2016

      En una respuesta anterior a un comentario de este mismo artículo, comento que hay que diferenciar lo moral de lo social, sobre todo en una época en la que se desprecia la moral y se eleva hasta su sacralización el culto a lo social. Es obvio que hay que distinguir entre lo irreal y lo anti-real, y, si bien dentro de un sistema de referencia irreal no hay determinantes anti-reales, si puede haberlos que contengan errores importantes de los que puedan salir conductas anómalas o perjudiciales. Si el sentimiento de culpa vale para algo es precisamente para activar la revisión de tales creencias erróneas y sustituirlas por otras reales. Es decir, el hecho de que una persona no sea anti-real, no la convierte en un ejemplo de perfección. Todos podemos mejorar aunque el autocontrol no sea el mejor modo de hacerlo.

  • Nacho on 02/12/2016

    Hola Carlos y Francisco. Has analizado tan minuciosamente el concepto de control y autocontrol que son irrebatibles. Cualquier razón para ejercer el control externo o autocontrol, que necesariamente es de procedencia externa (vía moral en los casos menos sospechosos), persigue la adaptación de acciones y reacciones a lo que el agente externo pretenda. Y la irrupción de esa nueva causa, ajena al conjunto de causas que explican las acciones y reacciones espontáneas, siempre produce una contradicción entre la estructura causal propia y la causa intrusa. De ahí el síntoma de extrañeza y auto-traición que sentimos haciendo lo que no sentimos (o pánico al rechazar nuestras reacciones al desvincular yo y su producto) y muchas veces culpa como bien dice Francisco. Y sí. Es violencia pura obligar u obligarse (vía el miedo que cita Francisco) a ser quien no se es.
    Si por el contrario y conscientes de la causa ajena reivindicamos la natural/propia, es obvio que sentimos una sensación de auto refuerzo.
    Desgraciadamente en nuestra sociedad la irrupción violenta de un modo de actuar o reaccionar vía chantaje (exclusión social que es lo que más teme el individuo actual) tiene éxito. Y no es de extrañar cuando las autoridades de la salud y el cuerpo doctrinario “científico” respaldan, como bien dices, el hetero control y mucho más sorprendentemente, el auto control (que es el hetero interiorizado)
    La clave, a mi modesto parecer y obviamente después de leer a Carlos, radica en que en estos últimos 230 años se ha cambiado, con enorme violencia, el poder dominante, de manos monarquicas a una oligarquía que, simulando devolver al individuo su poder y dignidad (declaración de derechos del hombre) lo recluta mansamente para engañarlo(reescribiendo la historia, violentando la realidad, matando a Dios, etc.) y conseguir que reniegue de sí mismo, en aras de un bien “común” que en realidad es solo el bien de esa oligarquía. Es decir: tan solo se cambia de un poder a otro aunque este último infinitamente más elaborado y perverso. De ahí, la exacerbación del bien común =sociedad (de la que son dueños los grupos de poder a través de su manipulación educativa e informativa) la sobre valoración general de la adaptación social (cuyo incumplimiento es causa principal según esta gente de las alteraciones psicológicas) y por tanto el miedo atroz a no ser aceptado por ella. Miedo que es la causa principal del auto control que es valorado como bueno por mucho que, escondida, haya una auténtica auto-traición y desprecio del individuo al que simulan proteger.
    Excelente artículo. Un saludo

    • Carlos J. García on 03/12/2016

      En relación con lo que comentas acerca de las revoluciones llevadas a cabo desde el último tercio del siglo XVIII, lo peor no es que hayan cambiado los modos de ejercer el poder político, sino que la vitalidad de la población está muy mermada, sus fundamentos existenciales han pasado a depender en gran medida del exterior y, por tanto, del propio sistema político (con lo que la fuerza del yo depende enormemente de factores como la adaptación social, la salud física, el éxito económico y cosas similares) y, en definitiva, se encuentra en un nivel de debilidad que se lo pone cada vez más fácil a cualquier poder exterior. Todo ello debido, como bien comentas, a un ejercicio del poder más elaborado y perverso. El concepto mismo de autocontrol sería impensable en un ser humano sólido que tuviera claros los principios reales. Un saludo Ignacio.

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