Blog de Carlos J. García

Autonomía, ¿sí o no?

En un sentido elemental todos los animales tienen la cualidad de moverse a sí mismos. En cada uno de ellos reside algo que les permite moverse a sí mismos. ¿Basta dicha propiedad para poder decir de ellos que son autónomos por naturaleza o que lo somos nosotros?

Autonomía a menudo se confunde con independencia, si bien, ésta se refiere a algo más general y, en cierto sentido diferente a aquella.

Para aclarar las cosas brevemente, creo que la noción de independencia/dependencia hay que reservarla para aquellas propiedades que se refieren a las capacidades de los seres vivos, tal como, por ejemplo, se denominan dependientes las personas que no pueden valerse por sí mismas, debido a la carencia de determinadas capacidades.

Por su parte, la autonomía/heteronomía hace referencia directa a la condición por la que la persona determina ella misma sus actividades de relación con el entorno, o, por el contrario, alguien o algo externo a ella es lo que las gobierna o dirige.

Por lo tanto, la independencia/dependencia hace referencia a la capacidad funcional, mientras la autonomía/heteronomía se refiere al modo de determinación, si interno o externo, del uso que se dé a dicha capacidad.

Si una persona depende de otra para vestirse debido a una incapacidad funcional, es dependiente, pero si una persona, pudiendo vestirse ella sola, necesita que alguien le diga si debe hacerlo o no, es heterónoma.

La capacidad de moverse a sí mismos que tienen todos los animales (entendiendo que los virus están a medio camino entre lo orgánico y lo inorgánico) es, por lo tanto, una faceta de su capacidad.

Pueden moverse a sí mismos muchos animales por reacción a estímulos exteriores, o podemos movernos a nosotros mismos cuando obedecemos algún mandato exterior, lo cual solo significa que tenemos cierta independencia funcional, pero la autonomía es otra cosa.

Hay que escarbar un poco en la noción de autonomía para comprender la problemática que puede llegar a tener.

A menudo se identifica o confunde la autonomía con la libertad de modo general.

En ciertos casos dicha identificación puede no estar equivocada, como cuando un esclavo deja de serlo liberándose de la condición de ser propiedad de un esclavista. En ese caso, deja de cumplir órdenes de su dueño y pasa a ser autónomo con respecto a él.

Ahora bien, la autonomía equivale al autogobierno de uno mismo lo cual requiere que, dentro del ser autónomo existan determinados criterios, hábitos, creencias, reglas, tendencias, o cualquier otro factor determinante que opere sobre la forma y dirección que habrán de tomar sus acciones de relación con el mundo exterior y con respecto a sí mismo.

Si alguien autónomo careciera dentro de él mismo de esos factores determinantes de sus acciones sería incapaz de moverse, de tomar cualquier clase de decisión o elección y, por tanto, toda su actividad estaría en suspenso a la espera de que alguna causa exterior le moviera. Es decir, sería, automáticamente, heterónomo.

Dicho en otros términos, el libre albedrío solo tiene sentido si se considera como una condición de autonomía, pero ésta implica necesariamente que la persona ha de disponer de un sistema de autogobierno residente en ella para ejercerlo. Por esa misma razón, el libre albedrío, considerado en su estricto sentido, es imposible.

A continuación pasemos a considerar qué posibles tipos de sistemas de autogobierno pueden darse.

En primer lugar, el autogobierno puede consistir en algo profundamente irreal cuando en él participa cualquier tipo de desconexión con la realidad. Alguien puede tomar sus decisiones creyendo que la tierra es agua, que la ley de la gravedad no opera sobre ella, o que lo ideal es no ingerir comida alguna.

¿Diríamos que por creer ese tipo de cosas dicha persona no se autogobierna? Evidentemente, no. Ella tiene sus propias creencias, sus determinantes para la acción, lo que cree que debe hacer, etc., todo lo cual reside dentro de ella, por lo que es autónoma.

También puede haber otra clase de autonomía en la que alguien sienta el deber de matar a toda su familia, quiera quemar toda la masa forestal de un país, o someter a todos los que le rodean a sus propios dictámenes o intereses, de forma que robe sus respectivas autonomías. No por ello podremos afirmar que dicha persona carezca de autonomía. En todo caso, cuestionaremos si dispone de la capacidad para llevar a cabo sus planes, y, en caso de que la respuesta sea afirmativa, diremos que es una persona autónoma y, además, independiente.

Otra clase muy distinta de autonomía es aquella que se funda en creencias que están en armonía con un sentido profundo de la realidad y con la propia naturaleza humana.

Ahora bien, tales creencias, como la de que en la realidad rige el principio de no contradicción, el de identidad, el de que todo cuando ocurre tiene una causa o un fin; que en la naturaleza rige un conjunto de leyes naturales; que la armonía del universo solo se conserva si se respetan determinados principios que hagan posible la coexistencia de sus partes; que el conocimiento humano es imprescindible para alcanzar un sistema de creencias que no oculte ni el mundo, ni la realidad; que la sabiduría es necesaria para determinar las propias acciones fundándolas en dicho conocimiento, etc., forman un sistema de organización informativa interna capaz de proveer al ser humano de un alto grado de autonomía real.

No obstante, dicha forma de autogobierno se funda o trata de fundarse hasta el límite de lo posible en principios de orden universal que, primero se conocen, y luego se llevan a la práctica moldeando la propia conducta.

Sin duda, se trata de un conjunto de factores de determinación de la propia conducta que residen en la propia persona, pero que, por asombroso que parezca, esta extrae de la realidad que, primariamente, es exterior a ella.

En tal sentido, la persona que disponga de una autonomía real se encuentra autogobernada motu proprio por principios universales que admite o acepta como suyos propios. Se diría de ella que no obedece a ninguna otra persona o grupo, sino que obedece a principios universales. ¿Es eso una forma de heteronomía?

Llegados a este punto el dilema autonomía/heteronomía parece que pierde fuerza. No se trata de que la persona se dote a sí misma de creencias sui géneris para convertirse en alguien autónomo, diferenciado, independiente, sino de que, realizándose y extremando su propio desarrollo natural, accede a formas de hacer las cosas que son buenas para ella y, también, para el conjunto.

Respondiendo a la pregunta que sirve de título al presente artículo, «Autonomía, ¿sí o no?» la respuesta es Depende.

Depende de si dicha autonomía se funda en irrealidades, si se funda en la voluntad de poder o destrucción, o si, por el contrario, se funda en la realidad. La autonomía real es lo mejor que nos puede ocurrir. La que se funda en la irrealidad es la peor que le puede ocurrir a uno mismo. La que se funda en el anti-realismo es la peor que les puede ocurrir a quienes rodean al autónomo en cuestión.

En relación con la conexión «autonomía—libertad» parece que quien dispone de una autonomía irreal es esclavo de sus falsas creencias. Quien dispone de una autonomía anti-real esclaviza a todos que caigan en su órbita de influencia. Quienes disponen de una autonomía real, ni se esclavizan a sí mismos ni esclavizan a aquellos con quienes se relacionen.

Por tanto, la propia autonomía no debe dañar a la propia persona, ni dañar a las demás, precisamente para  que todas puedan disponer de la porción que les corresponda.

Dados los tiempos que corren, me resulta inevitable hacer una nueva mención, aunque sea mínima, al problema catalán.

El independentismo catalán consiste en un sindicato de poder más o menos amplio que funciona con autonomía anti-real y un amplio sector de la población que se encuentra gravemente irrealizado por él. Frente a él, tiene otro sector igual o más amplio que él mismo, que aún parece conservar al menos unas dosis mínimas de realidad, cuando no, un alto grado de realidad.

La autonomía política, que rabiosamente persigue dicho sindicato, ataca gravemente y con todas las malas artes imaginables, la realidad, los principios reales, a la población de aquella región y a la propia nación española a la que pertenece, y lo hace por la causa final que, como en todo sindicato de poder, no es otra que someter a la población e irrealizarla mediante el establecimiento de una tiranía. Es obvio que dicha autonomía debe dejar de serlo a la mayor brevedad posible para evitar que cause males mayores de los que ya ha causado.

4 Comments
  • Francisco on 18/10/2017

    Que gran artículo diferenciando algo tan importante como es el autogobierno de la dependencia material: física, económica…etc. y desde este plano ser conscientes de toda la destrucción anti-real del independentismo catalán que nada tiene que ver con una forma de ser auto-gobernada desde la realidad constructiva y que tanta inquietud está causando. Gracias.

  • luis miguel on 18/10/2017

    ¿Quién va a estar en desacuerdo con los dos últimos párrafos del texto?
    Pero quién desactiva ahora la autonomía cuando tenemos unos políticos que parecen acomplejados en simplemente aplicar la Constitución por aquello de no incurrir en antidemócratas o algo peor.
    Pero claro, qué fuerza moral tienen ahora estos políticos cuando ellos mismos hicieron de la «Constitución su sayo» reformando el articulo 135 de la noche a la mañana sin contar con nadie.
    Es algo palmario que hay que reformar la Constitución, pero con todos sentados.
    Puede que el independentismo catalán sí sea un sindicato de poder. Como el gobierno que tenemos también es otro sindicato, y estoy pensando en otra clase de sindicato y bien organizado.

    • Carlos J. García on 20/10/2017

      Tienes razón. Todos ellos tienen su cuota de culpa y de responsabilidad, si bien es necesario detener esta deriva que puede llevar a escenarios mucho peores.

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